Supuesto: La Risa
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Una risa que me persigue…
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Extrañamente hoy todo el mundo esta
sonriendo…
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Pero por qué me sonríe…
Inicios:
a) El
personaje 1.- Oiga usted está sonriendo
2.- uy perdone,
no me había dado cuenta
b)
El personaje 1.- Oiga se va a reír usted de su padre
2.- vale
ahora voy
―¡Oiga!, usted está sonriendo
―¡Uy! Perdón, no me había dado cuenta
―Pero escuche, ¿donde va usted tan deprisa?…
―No puedo pararme…temo que me persiga una carcajada…
―Que está usted diciendo, hombre de Dios…pretende quedarse
conmigo…
―Para nada…yo soy una persona muy seria y respetable, ¿por
quien me ha tomado?...
―¿Yo?...disculpe si le he ofendido…es que tiene usted unas
cosas…
―No me cree, ¿verdad?...míreme a los ojos…¿no le parece que
estoy infectado?…
―¡Tonterías!...este es el país de los Humanos Tristes…la
alegría y sus derivados están terminantemente prohibidos…vivimos tiempos
tranquilos y en calma, ajenos a las revoluciones de jubilo del pasado, y con
los rebeldes que sobrevivieron a la jarana dando cuenta de sus huesos en la
cárcel…¿Qué le hace suponer lo que sospecha?...
―Verá…este no es sitio ni lugar para confidencias entre
extraños…a fin de cuentas…¿Quién coño es usted?...
―Pues que casualidad que lo pregunte…agente secreto para la Protección de la Mesura y la Solemnidad , y tendrá
usted que acompañarme a comisaría…
―¿Es que estoy detenido?...mire que sé que tengo mis derechos…
―¿Detenido?...no por Dios…claro que no…puede ser usted un
testigo importante, y sus declaraciones podrían ser de gran utilidad para una
investigación que estamos llevando a cabo desde hace unos meses…cuando en esta
misma esquina, otro hombre salió disparado gritando ¡socorro, socorro!,
envuelta en mi sombra, se oculta la risa…yo mismo acudí en su ayuda…
―Siendo así…don Leandro Gutiérrez, magistrado del Ministerio
de Justicia y Honestidad, a su completa disposición…
…Don Leandro
Gutiérrez tendió su mano regordeta, con la amabilidad y confianza habitual de
un buen ciudadano…su impecable traje de un peculiar azul, contrastaba con el
aspecto desaliñado y vulgar de un desconocido que aunque se había identificado
como detective, a don Leandro le daba en el bigote, mala espina…
En que oportunidad
dichosa decidió salir de casa…claro que tampoco uno iba a ser abuelo todos los
días…su hija se había empeñado en celebrarlo y…que iba a hacer…cenaron pronto,
algo ligero, y bebió poco…una copa de vino…quizás dos…y luego…¿qué pasó
luego?...
―Ya hemos llegado don Leandro…por favor siéntese…
―¿Esto durará mucho?...es que me molesta la migraña y la
cabeza me da vueltas, quisiera irme a descansar lo antes posible…mañana tengo
por delante una jornada de trabajo larga y pesada…
―No se preocupe…intentaré ser breve…voy a empezar a redactar
el informe y enseguida estoy con usted…póngase cómodo…
…Don Leandro
Gutiérrez no encontraba la postura…como la iba a encontrar, si en su mente unos
enanos saltarines no dejaban de brincar por cada rincón de sus neuronas…y hasta
el corazón iba a salírsele del pecho para latir encima de la mesa…y es que de
repente, que bien se acordaba del luego y del después del luego…
―Don Leandro se le está poniendo una cara muy rara…entre
pálida y blanca, tirando a rancia…¿necesita ir al baño?, ¿un vaso de agua, don
Leandro?…
―Un médico, llame a un médico…¿es que necesita más pruebas del
contagio?...
…El policía de la
chaqueta desgastada y barba en el grado más elevado del descuido, reaccionó con
los reflejos de un elefante asiático o como pensó don Leandro como su abuela
Eudivigis que pesaba una manada entera…por qué el amigo tardó la eternidad
divina en dejarle sólo mientras iba en busca de un superior…
Don Leandro tenía que
ganar tiempo…cavilar como salir de aquel embrollo…quien le mandaría a él
atravesar por aquel barrio…total para qué…arañar unos minutos a la añoranza que
ahora inevitablemente le harían desperdiciar...hasta si se ponían chulos, la
ventaja de ser libre…el jilipollas de su yerno…ese tenía la culpa con su…venga
don Leandro, desempolve esa memoria…estaba tan a gusto…que los recuerdos
vinieron solos…y su juventud, y otra época…
―No, no y no…primero el interrogatorio…
Don Leandro escuchó
el eco de lo que sonó como una sentencia, no tenía escapatoria…si mentía
traicionaría sus principios, lo que representaba para su familia el esfuerzo de
tantos años se evaporaría en un santiamén, y de que habría servido tanto sacrificio,
como decía siempre su señora, que en los cielos esté…y si respetaba la ley y
narraba los acontecimientos tal y como habían sucedido, quizás se expusiera
demasiado…y si su secreto se descubriese...¿que sería de él?…
―Así es que dice usted que venía del piso de su hija y su
yerno…Calle Angustias, 25 3ºC
―Si, si eso es…cené con ellos, charlamos un rato y como la
noche era agradable pensé que un paseo me vendría bien, son unas cuantas
manzanas y…
―Plaza del Desconsuelo, número 1
―Ahí vivo yo, mi hogar y el suyo para lo que…
―Muchas gracias…pero dígame don Leandro…usted sabe
perfectamente que el distrito del Chascarrillo queda justo en medio de esas
direcciones, y que en determinados horarios, es indispensable, aunque sólo sea
para utilizar una acera, un permiso de tránsito…
―Por supuesto que estoy al corriente…
―Entonces…¿Dónde está el documento oficial?...
…Don Leandro torció
el gesto en una mueca desconcertada…¿Cómo diablos iba a salir de este
lío?...entonces buscando en su imaginación más recurrente, reinventó la
historia de su propia vida en un segundo, y se la jugó a la coherencia y al
sentido común con un as escondido en la manga...el reto comenzó en el mismo
instante en el que como si estuviera en su sillón de juez, tomó la palabra,
desplegando con su porte prudente y formal, sus artes embaucadoras, recuperadas
de un antaño clandestino para la ocasión…
―Me lo robaron…
―¿Cómo?...no me había
comentado nada de ese asunto…
―Guardaba mis
razones…pero visto lo visto, estoy dispuesto a considerar una explicación que
despeje las dudas, lo que no sé es si usted, joven, estará a la altura
intelectual y práctica de comprender ciertos argumentos y disquisiciones, que
dada mi posición me vería obligado a desvelar, con el consiguiente asalto a los
reglamentos disciplinarios que me vería forzado a infringir en cuanto en tanto…
―Pare, pare…que me está volviendo loco…por favor, al grano…
―Pues eso, que sobre las diez y media u once menos veinte salí
del portal y unos malandrines bastante graciosos y socarrones, a punta de
cosquillas me amenazaron, y aunque les hice frente y traté de convencerles de
su error, no fue suficiente…insistieron con desfachatez e ironía, para que les
entregara el pase…como supondrá, dada mi profesión, suelo llevar uno en el
bolsillo por si acaso…pero no se conformaban solo con el papel así es tuvimos
nuestros más y nuestros menos…
―¿A qué se refiere?...no sería usted tan incauto de…
―Por supuesto…yo soy un caballero digno y orgulloso, y mi
honor está por encima de los insultos y la intimidación de unos mequetrefes que
de uno en uno no me llegan a la suela del zapato en coraje y valentía…
―¿Y está seguro que le transmitieron el virus del humor?
―No sé…en el forcejeo hubo algunos roces, y cuando les vi
alejarse corriendo empecé a sentirme mareado y me desorienté…es fácil deducir
que acabé vagando por aquellas calles fantasmas de manera ilícita sin ser
responsable de mis actos…hasta que…
―Se encontró conmigo…pero hay algo que no entiendo don
Leandro, la expresión de su rostro denotaba cierto regocijo y felicidad, y eso
no cuadra mucho con los síntomas que dice padecer, ni con los efectos
espontáneos y dolorosos de la
Enfermedad …además según el Catecismo de la Circunspección , en
el manual de Circunstancias, el ejemplo del dibujo de su semblante coincide con
otras causas que difieren bastante de las de su relato…o hay una incongruencia
o…
―¿Qué está usted
insinuando?...
Don Leandro se puso
de pie enérgico, e intentando controlar unos nervios que daba ya por perdidos,
alzó la voz…asumiendo que estaba atrapado...unas gotas de sudor sinceras
mojaron su sienes, se dejó caer vencido y con la única ilusión de la promesa
por cumplir, se rindió a las frases apabullantes de un discurso, repetido y
olvidado a partes iguales, en la constancia de su compromiso infinito…
―Insensato, antes que el Ejercito Oscuro se sublevase y las
Fuerzas Negras acapararan el poder imponiendo el miedo y el terror…el mundo era
diferente…las revueltas sociales eran el producto de unos recortes vitales
imposibles de soportar, y la resistencia luchaba por mantener esencias y
términos a los que jamás renunciaríamos, ni bajo torturas, ni en peligro de
muerte…
Las nuevas generaciones, por desgracia, no habéis disfrutado
de significados como contento o divertido…no sabéis de deleite, ni de satisfacción…nunca
el entusiasmo del gozo ha salpicado vuestras emociones, ni habéis asistido como
protagonistas a las juergas de los sentidos…por vuestras venas solo fluye sangre
afligida por el pánico y el resquemor…os educan y crecéis para ser Humanidad
Triste, maduráis en el espanto, cómplice
de valores como amargura, pavor y pesadumbre, y sumisos acatáis
obedientemente la quimera falsa de una Enfermedad con mayúsculas que no
existe…por que la risa contagiosa no es una patología que haya que prevenir, ni
curar…ni hay que censurar sus distintas manifestaciones, reducidas progresiva y
estratégicamente en suburbios vetados, vestigios del ocio, ilegal por decreto,
y con cláusula especial en los estatutos de una constitución a medida de la
mediocridad y sin esperanza…y vosotros, victimas de esta condena al horror, ni
una queja, ni un lamento…
―Don Leandro… yo soy un sencillo y discreto funcionario que…
―Muchacho, te confieso que me caes mal y que no mereces lo que
te va a ocurrir, hubiese preferido que tu voluntariamente eligieras, pero si no
puede ser…estabas a la hora equivocada…tu salvación dependía de mi
anonimato…quizás si los dos hubiéramos pasado inadvertidos…
Hacía mucho que don
Leandro no visitaba El Chascarrillo, con su hija y su yerno, en el fulgor de la
reminiscencia se le había abierto aquella vieja herida que vez en cuando
supuraba ganas de revivir otros momentos, y sin pretender quebrantar las
normas, la mención del nombre de su mujer y la alusión a su tormentosa
ausencia, arrastraron sus pasos, el desparpajo lo añadió el alcohol consumido y
los coloretes en las mejillas…que más daba si llevaba autorización o no…conocía
al detalle cada adoquín, cada ladrillo y el deseo de saborear, aunque fuese el
espíritu, de las madrugadas borrachas de jaleo y alboroto, exigía premura y era
más fuerte el acongoje en su urgencia, que la probable multa o castigo por el
antojo de un despiste sin firma y sello…recorriendo el hueco vacío del ayer,
sus garitos de cómicos, grandes escaparates mostrando el cachondeo de la broma,
bares de copas risueñas, el club de la burla…frágiles y dulces sentimientos
cruzaron como un espejismo su mirada…abrazados y enamorados su novia y él…aún
en las filas de la oposición al régimen del engaño, más tarde el matrimonio
como miembros leales y activos, infiltrados a golpe de empleo y supervivencia
entre la población…don Leandro, vulnerable a la evocación de la que sería su
esposa, se dejó llevar por la debilidad de las alucinaciones y acabó
delatándose a si mismo tan exultante…pero que mejor que una venganza inesperada
para ejecutar su juramento, el que hizo a su amante, su amor, su fiel
compañera, cuando agonizando, ¡que carácter Señor!, le pidió con tanta ternura
y tanta sorna, que había que seguir adelante costase lo que costase, a cuestas
de la humildad y siempre, como un capricho bordado en los labios, la sonrisa
cosida a la boca…
―Don Leandro me está usted asustando…pero bajo ningún
concepto, voy a tolerar que me manipule con la revelación de su verdadera…
―Cállate inocente mentecato, ya no hay vuelta atrás…
Colgadas algunas
horas de la luna de medianoche, el horizonte se adivinaba rojo con el tinte
suave y efímero del amanecer…en un cuchitril con ínfulas de despacho una
tensión ufana y distendida, soplo a soplo, embargaba pulsos y alientos…dos
personas en privado, fijas las pupilas unas en las otras, pendientes del más
leve movimiento y aguantando la presión desesperada de un silencio fugaz, se
vieron sorprendidas por el espectro de una risotada…la invocación de don
Leandro, guasón por naturaleza, y de chispa y salero innatos, había obtenido su
recompensa…y destornillándose entre ataques de bulla, placer y alborozo el
ingenuo y jovial inspector no daba crédito a su suerte…
―No sé como podré agradecerle este regalo don Leandro…
―Bueno, pues para empezar podemos marcharnos de aquí y Dios
dirá…
Abandonaron el
edificio en compañía del amarillo del alba, en su fuga de chirigota caminaban
lentos, sin rumbo, sin remorderles la calma de la conciencia, sin hacer cabalas
inútiles sobre su futuro imperfecto suspendido en equilibrio, tan concentrados,
tan entretenidos en el trajín de una conversación que mecida por el arrullo del
sol, reconfortaba el ánimo…
―¿Cómo había dicho que murió su señora, que en gloria esté?...
―Pues de muerte natural…Uy perdón de muerte nacional…
―¿Hay una muerte nacional don Leandro?...ay que me descojono…
―No hay ningún misterio chaval, pero descojónate más a menudo,
experimenta y recrea lo aprendido y
sacia tu curiosidad…por que si no…te devorará el monstruo indefinido, insulso y
gris de la puta pena, esa es pipiolo…la puta pena…
Don Leandro tan dado
al disimulo y las excusas…no reprimió una lágrima sutil, que huía despacio por
el mentón, y se refugiaba profunda en su rabia, pero que en vez de empañar,
hizo brillar más su sonrisa…
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