La vista que tenía ante sus ojos paralizó
su pensamiento, aún así alzó la copa y propuso el brindis...estaba
decidido. Era la mujer más hermosa del mundo y le estaba mirando, qué pena,
precisamente ahora cuando ya no había remedio. Dejó que las burbujas mojaran su
voluntad y cerró los parpados. El recuerdo le llevó en volandas a otro momento,
otro lugar...y sintió como se elevaba por encima de los invitados hasta escapar
por la primera ventana...ni siquiera volvió la cabeza, sabía que no se habían
dado cuenta de nada, que permanecían ensimismados en sus propios gestos,
pendientes de aparentar lo que no eran...sonrió irónico y se dejó llevar...
Federico abrió la mirada convencido que
todo había sido un sueño, todavía le duraba esa sensación, que agradable había
sido volar, levitar sin alas y observar el movimiento de los demás desde
arriba...y ella, fijas sus pupilas en él...claro que, caray como notaba que
también su presencia era imponente, aquel traje oscuro le sentaba de maravilla
y la corbata de seda, elegida a propósito, destacaba más si cabe ese porte de
galán maduro que tanto había pretendido en otras ocasiones, sin
conseguir...entonces un rayo de sol le cegó hasta las entrañas y un picor
desconocido quemó su piel...
Ana trataba inútilmente de conciliar
los ruidos de los vecinos con su necesidad de descanso, harta de buscar sin
encontrar la postura adecuada para la desconexión total, se incorporó y
encendió la lámpara de la mesilla...vaya juraría que había dejado las gafas
junto al libro y no están...que casualidad, tendría que ir a la cocina a
tientas y con la costumbre de ir descalza ya adivinaba que pasaría...en esas
estaba, debatiéndose con su despiste cuando respiró un aroma poco habitual para
el saludo de la luna...
Los
acordes dulces de una guitarra sin
dueño invadieron el hueco de la escalera...cuando Ana tropezó con el sobresalto
ya eran más de las dos y la curiosidad en forma de sombra desfiló por su
mente...abrió la puerta para recibir mejor el mensaje musical, con pijama de
algodón a rayas y el rictus de extrañeza y fastidio que compartía con el resto
de habitantes de la finca...
Esto
es increíble, se repetía Federico una y otra vez sin dejar de bañarse en
arena...¿donde demonios estoy?...maldita la gracia si sigo soñando...no aguanto
este bochorno...
De
repente los fluorescentes de los rellanos se apagaron y Ana se quedó a medias
entre el sexto y el quinto, justo en el instante que la oscuridad se dejaba
acompañar por el silencio...las palabras se le quedaron pegadas en la garganta
y algo parecido al miedo rozó su nuca... el escalofrío llegó hasta los pies,
desnudos, sin calcetines ni zapatillas para reconvertirse en el placer de
hundirse lenta en azúcar caliente, e intuyó dorada en sal por el hechizo
amarillo y azul del horizonte, que solo pudo imaginar por que una fuerza
imposible la arrancó de aquel milagro y depositó su cuerpo en la delicada forma
de una duna echa a medida...
Federico no daba crédito, el espectáculo continuaba más allá de sí
mismo...
el sudor pegajoso y el ardor que enfurecía su
sed pasaron a un segundo plano al contemplar el desfile alborotador y con
cierta parsimonia de una retahíla de seres extraños capitaneados por un enorme
cangrejo rojo...cáncer, él era
cáncer...forzosamente debía ser una señal...tendría que observar bien todos los
detalles...algo querría decir lo que le estaba sucediendo...entonces ocurrió...
Ana
adormilada en una ilusión óptica creyó que el espejismo era ella misma tumbada
en una playa de cristal sin olas, por eso cuando a pesar del viento mudo y el
espacio callado vio acercarse a lo lejos aquella caravana de raros especimenes
dirigidos por un crustáceo del tamaño de un
elefante y del color pasión de su pinta labios, supo que había llegado la
hora...
El Desierto pillaba a mano derecha, a unos
cien metros después de la primera esquina, en un rincón de la calle cortada que
partía de la Plaza La Camelia...abría hasta la madrugada y en
él trasnochaban o madrugaban según se mire, seres extraños y raros de una
sociedad exigente y excluyente, que marginaba con demasiada facilidad a quien
no siguiera el ritmo marcado por a veces hipócritas normas...el alcohol de
garrafa en un vaso con hielo o el vino peleón de una copa sin brillo, les
hacían pasar el mal trago de quien sabe si el día o la noche sometidos a
enfermedades, soledad o miseria...allí por lo menos, el encuentro con parecidos
o iguales y mucho de común en el ambiente, daba ánimos y vida a un barrio
decaído y triste, perdido en la añoranza de una época remota de industria,
juventud y comercio...ahora la naturaleza sórdida de construcciones decrépitas,
inquilinos de paso y negocios hundidos le conferían el aspecto desangelado de
un páramo en mitad del abismo...al que la mayoría de sus habitantes se
asomaban...
Federico reconoció a Germán “el cátedra” subido en una jirafa de trapo y
a Fermina la del prostíbulo, conduciendo un trasto con ruedas
cuadradas...también iba Renata “dedos largos”, girando como una peonza loca y
Severín “el manías” relamiéndose las puntas de un bigote que no dejaba de
crecer y haciéndole parecer más calvo...
Ana
quiso hacerse la tonta al saludo de doña Ursula, la del portal de enfrente que
siempre le preguntaba por el novio que no tenía...y prefirió evitar la
insinuación de Roque que arqueó las cejas como esperando que ella le
siguiera...
tampoco hizo caso del guiño de don Fabián, un
viejo verde de mucho cuidado...y por obligación contestó educada a la mueca
envenenada de Carmelita, una serpiente con abrigo de visón y collar de
perlas...
La
fiesta en El Desierto era este viernes en honor de los Benitez...les había
tocado la lotería y se marchaban a un pueblo en la costa...habían prometido
borrachera de marca y baile con orquesta hasta las tantas...y por supuesto
sobraba anunciar que la invitación general incluía guardar las penas en casa,
pasarlo bien y si era posible hasta olvidar...
Federico atravesó el espejo del bar hastiado de burlas e insultos
baratos, de compañeros mezquinos y groseros y de un trabajo que le estaba
chupando la sangre por tres pesetas...cansado de llegar tarde y de que un
colchón vacío le diera la bienvenida, tan fría como absurda, tan inútil como el
sin sentido de estar, de permanecer...
Ana
huía de la mentira y también de la verdad...del sacrificio por un padre tirano
y en constante agonía que se acababa de marchar al infierno para por fin
dejarla en paz...se sorprendió gratamente, valiente y osada, peinada de
peluquería y maquillada hasta en el pasaporte, atravesando el espejo del bar...
Federico identificó el tatuaje con su signo del zodiaco en el brazo
musculoso de Melchor, camarero y dueño del local, boxeador en los setenta,
escolta en los ochenta, y portero de discoteca en los noventa... ahora armario
empotrado dos por dos de huesos y grasa, empeñado en salvar a la humanidad
detrás de la barra de una garito de mala muerte...
Ana
pidió un gin tonic...Melchor le sirvió mostrando una sonrisa de oro y
exhibiendo el caparazón gigante con pinzas de su bíceps...que coño significaba
esto...ella no debía estar allí...hacía solo un rato que estaba en el
descansillo del portal escuchando las notas de esa canción...
Federico se subió a una mesa con el hígado a tope empapado de gris,
aprovechaba la pausa de la charanga y el letargo de los conocidos...¡ay mi madre!...si soy el amo...el
puto amo...desde aquí hay arco iris...esto es otra cosa...
Ana se
detuvo al oír aquella voz quebrada por una emoción rota...un impulso fresco,
atrevido, nuevo, le hizo prestar atención al discurso de aquel hombre tan
vulgar hacía un rato, de repente en su sentimiento tan distinto...se fue
acercando despacio, intentando descifrar los enigmas que cruzaban el semblante
desesperado de Federico...quiso averiguar el misterio que enredaba su destino
con un traje oscuro y una corbata de seda y acertar el jeroglífico en el que se
había convertido su ser y su respirar al amanecer, como un puzzle de infinitas
piezas a la espera de futuro, corazón y alma...
La
vista que tenía ante sus ojos paralizó su pensamiento...Federico nunca había
sido tan feliz...el centro del universo y encima se estaba enamorando, de la
del gin tonic, la mujer más hermosa del mundo que le miraba, a él...pero las
cartas estaban echadas...suicidarse era una alternativa como otra
cualquiera...no se rendiría al reflejo engañoso de otra quimera falsa y
esquiva...
Ana le
acompañó en la ambulancia...le había visto desplomarse después de brindar por
sobrevivir, no le quedaba mucho tiempo, si acaso un suspiro, aún así ella quiso
estar a su lado cuando despertara...si por una vez tenía suerte le susurraría
al oído otro momento fugaz, otro lugar efímero...una historia inventada fuera
de la realidad llena de magia, luz y calor...un oasis propio de cariño,
fantasía y miel...
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