William Harper murió con los ojos abiertos,
sólo, y después de una lenta agonía que duró la eternidad infinita que le
esperaba. Reuniendo todas las escasas y menguantes fuerzas, intentó, con el
último suspiro de su alma, dibujar en el rostro una sonrisa irónica que
definiera el despropósito de un error, pero apenas si consiguió el esbozo de
una mueca extraña, que rompía la armonía de sus rasgos asimétricos, bordados al
matiz de un gesto misterioso e
imposible, para espanto de quien le encontrara...
—...irás
al motel, verdad Billy...dime que lo harás por mí...
Con el eco en la mente de una suplica en
cicatriz y la rabia latiendo caliente en las venas, William Harper, impulsivo y
con la decisión tatuada en los labios como un beso de despedida, condujo hasta
el motel Sunshine.
El cañón frío de una pistola rozaba la piel
de su cintura, y grabado en sus balas un único nombre, cuando aparcó a las
puertas de la habitación número 9, tiritando angustia y tragando saliva.
Lejanas y borrosas en su memoria parpadeaban las imágenes del apartamento de
Maryta Jellis, la prostituta de la que se había enamorado como una adolescente,
una noche de soledad y borrachera...
—...te
esperaré y nos iremos juntos muy lejos de aquí...
El zumbido implacable de una frase inútil
retumbaba en sus oídos como latigazos dulces que aliviaron por un instante el
castigo de su recuerdo...
—...¿llevas
todo el dinero?...Frankie lo contará...
La boca de Maryta se movía sensual y él no
podía dejar de pensar en su cuerpo desnudo, estremeciéndose de placer y deseo
debajo del suyo, por eso se levantó de repente y sin ceremonias absurdas la
dejó hablando con nadie...sabía que no volvería pero no podía hacer otra cosa,
eran los enredos del destino...
El viejo Ford Taurus del 88 se quedó
callado, la luna asomaba limpia en un cielo sin estrellas, y Dolly Parton
terminó su canción “I will always love you”.
—...es
mi libertad Billy...mi puta libertad...
A William Harper le sudaban las manos y se
le cayeron las llaves al suelo, un sonido que conocía bien, le sorprendió
agachándose, no le dio a tiempo a disparar su Beretta de 9mm...se arrastró como
pudo para protegerse de un tiroteo breve e intenso, dejando un reguero de
sangre fácil de seguir. El chirrido de unas ruedas pasándose en la frenada, le
advirtieron la huida de su presunto asesino...demasiado tarde...el futuro como
la vida se le escapaba por el agujero negro en el que se había convertido su
estomago, aún así se refugió en la habitación número 9, la puerta estaba de par
en par como su oscura suerte...
—...no
seas tonto, Billy...no he conocido otro hombre como tú...merece la pena
arriesgarse ¿no crees?...
...Y William Harper creía, claro que creía,
por eso estaba tranquilo y con la conciencia en paz, recostado contra una pared
sucia, apretándose en vano la herida con las tripas y el dolor con el
sufrimiento, mientras su cerebro empezaba a entrar en una nebulosa que también
creyó era lo que tantas veces había escuchado...ahora la película de su
historia se proyectaría ante sus pupilas y luego una luz blanca como aviso
cegador de un final que se aproximaba...el corazón se le aceleró con la primera
visión, pero...
...el amarillo del atardecer se colaba por
una ventana cuadrada, pequeña, y los visillos transparentes acariciaban suave
los respaldos de dos sillas de madera indefinida que conformaban una mesa
redonda, también de madera indefinida, donde revoloteaban antes de posarse en
su superficie algunas partículas de polvo, que un aire servicial y fresco
transportaba despacio, buscando luego rincones sombríos y esquinas claras donde
dar la vuelta y esconderse para sorpresa de un ambiente denso e irrespirable,
revuelto del humo gris de cigarrillos sin filtro y el aroma empalagoso de
perfume barato y comida precocinada...un sofá desvencijado que un día fue verde
esperanza, desparrama sus cojines pardos por los limites de una alfombra de
cuerda nudosa y desgastada, en medio, un taburete de plástico cuarteado,
soporta ceniceros llenos y latas de cerveza vacías, a su lado unos zapatos de
tacón permanecen en posición de alerta, dispuestos a ser calzados en cualquier
momento y un vestido estrecho de flores azules recorta su silueta un poco más
allá, en un suelo de losetas marmóreas...sin duda es el apartamento de Maryta
Jellis...un aparador destartalado con unas cuantas piezas de una vajilla de
loza blanca, tres fotografías enmarcadas en portarretratos sin cristal y dos
bailarinas de porcelana, saludan a William Harper desde los ruidos del
silencio, el que supone empapela el cuarto del fondo, sombreado en claroscuro y
repleto de detalles y motivos en rosa de distintos tonos, donde Maryta le hacía
el hombre más feliz...
William Harper aún consciente y resignado al
abrazo de la añoranza, sumido en el equivoco circunstancial de lo que en verdad
debería estar ocurriendo en su juicio en vez de esta especie de cámara fija,
que despistaba sus sentidos y embrujaba su razón, no insistió más y se dejó
llevar en volandas de lo que volvió a creer eran exigencias de un guión muy
imaginativo, así es que apretó los dientes para aguantar el envite de lo
siguiente en la pantalla de su retina y...
...como relucía el capó, parecía
abrillantado con charol añil eléctrico, y los neumáticos recién cambiados
presumían de caucho nuevo y llantas de aluminio a estrenar, los parachoques se
disimulaban camuflados bajo pintura del mismo color, y el techo impoluto,
devolvía los rayos del ocaso despidiéndose en el horizonte con esquirlas
doradas que llovían alrededor de su forma perfecta...un Taurus del 88, casi de
colección...con chasis y motor original, algún arreglo en la chapa y unos miles
invertidos por capricho ...el portón del maletero no ajustaba bien, pero era un
achaque sin importancia en un anciano sano e impecable...tampoco bebía tanta
gasolina como era de suponer y con la carrocería interior remodelada bien podía
pasar por un madurito interesante...cuero carbón, mullido y acogedor para
viajes largos, y de hielo para tramos cortos oliendo a alcohol...el cuenta
kilómetros roto como una muesca más del salpicadero, marcado por una tira
rectangular de nogal barnizado y relojes de adorno con pretensiones de
cronómetros modernos...no hay barro, ni manchas, el cinturón de seguridad sin
usar condenado en su interior y en marcha la joya de la corona, una radio
antigua de emisoras elegidas con cuidado, donde no se pueden escuchar casette,
ni cds...cuando se monta huele a ambientador de bosque y a melancolía...arranca
y ruge celestial, el volante deslizándose como guante a medida entre sus manos,
un viento cálido baja la ventanilla pero está incomodo...
William Harper, adormilado y espectral, ya
entiende que todo es falso, no hay nostalgia en sepia, ni focos de bienvenida
que aplaudan al paso de su fantasma...el remordimiento le come de incertidumbre
y se pregunta cuanto le faltará para desaparecer, evaporarse en el olvido como
la bocanada de aliento que se lleva de su ser el reproche y el rencor...ladea
la cabeza y con los parpados empapados en lágrimas se enfrenta a la trampa de
otra mentira...
...la habitación número nueve del motel
Sunshine, a media hora del centro de la ciudad, a la derecha de una carretera
transitada por camioneros y juerguistas, con un letrero de neón intermitente
que dibuja un sol triste y solitario y que invita a una sucesión adosada de
construcciones impersonales e iguales, por fuera y por dentro...moqueta
incolora con huellas de pisadas anónimas, cuadros torcidos y vulgares, un
paisaje sin lugar o trazos de un cuerpo abstracto...cama dos por dos, sabanas
ajadas por el uso y colcha haciendo juego con una cortina tupida y basta, un
armario en los huesos y una cómoda con tres cajones que no encajan, un espejo
nublado que refleja el espíritu de un
televisor encendido y oculto...en la mesilla una biblia y un teléfono que no
deja de pitar...el cuarto de baño, poco aséptico, harto de desinfectante y
lejía, se averigua a la espalda de William Harper...que quizás como inmerso en
una broma del miedo, quisiera soltar la vejiga con dignidad sin mojarse los
pantalones...pero es mucho pedir a la calma de un moribundo, que ni siquiera
está resentido, ni le queman las ganas de venganza cuando siente un leve
estremecimiento huyendo, cansado el escalofrío, y se escurre débil de la carne
amarga, su esqueleto...
—...te
lo puse en bandeja y vienes sin el dinero Franky...eres patético...¿y quieres
que me case contigo?...
Gladys Formosa no chilló al descubrir el
cadáver, ni se asustó, ni llamó corriendo a la policía...acostumbrada a
experiencias peores, consideró la posibilidad de sacar partido de aquel
tropiezo, desgraciadamente más común en esa parte de la frontera con la
insinuación del verano...registró los bolsillos y satisfecha, se guardó en el
delantal un sobre con billetes de veinte, un Rolex de inmejorable imitación
parado en las doce y cuarto, y envuelto en papel de regalo caro, una caja
ovalada de terciopelo rojo con un anillo de compromiso dentro...
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