jueves, 6 de agosto de 2015

OBJETOS PERDIDOS





   Para una bolsa de tela aburrida y mentecata como yo, su empaque de cuero experto y sus refuerzos de metal brillante, eran el atractivo perfecto en la estantería tercera, compartimento 333 de la sección de equipaje de mano...pero no me enamoré de él por su piel suave o su cierre enigmático, entregado por aquel policía circunspecto e insulso, le amé desde el primer momento que le vi posarse humilde en el mostrador, con gesto desorientado y confuso y una cicatriz oscura y profunda, que intuí le atravesaba el contenido de aire misterioso de sus formas elegantes...
   En la oficina de objetos perdidos de la Estación Central, la mejor hora para relajarse es a medianoche, cuando los fluorescentes impúdicos y descarados del techo se van a dormir, y una tenues y cariñosas luces de emergencia avisan y velan nuestra verdadera naturaleza muerta o viva, según se mire, porque en cuanto el vigilante se encierra en su garita para echar una  cabezada, y el silencio amenaza la nocturnidad lunática de algunos viajeros, en este hormiguero de pasillos y andenes con prisas, asientos de plástico duro y desgastado, esquinas y rincones sin intimidad, la actividad se tiñe de calma, y el bullicio se convierte en un despertar lento y perezoso a un mundo, el nuestro, latente y secreto, pero tan real como la sangre de hilo que late por mis venas, bordadas a puntada de tiempo, a la estampa de flores primaverales, ya por siempre perennes en cualquier memoria...y es que muchos han pasado por aquí en estos años de mi obligado encierro, desde que a la anciana a la que le pertenecía se la tuvieron que llevar en ambulancia y me dejaron caída en el suelo, las agujas asomando su llanto triste, y los ovillos de lana enredados entre interrogaciones temerosas que me hacían a mi, su hogar, esperando el abrazo tranquilo de mis asas de madera para espantar su incertidumbre y su miedo...recuerdo con gracia aquel neceser de rayas atrevidas que me guiñaba la cremallera cada vez que coincidíamos o aquel portafolios de cartón negro que me sacó a bailar en la fiesta de fin de año y me propuso matrimonio...sin embargo, aparte de cierto interés y curiosidad circunstancial, ninguno ha provocado el palpito de mis costuras, la revolución de mi estomago o el ensueño de mi imaginación como él aún lo hace, un maletín de médico que esta mañana se ha marchado para no volver...Quizás me precipité en mostrar enseguida mis sentimientos, puede ser que la emoción por sentir me convirtiera sin pretenderlo en una adolescente capaz de comportarse de la manera más absurda, como invitarle a mi balda sin apenas conocerle o quedar a solas con él en el trasfondo de “Varios” donde solo los intrépidos y aventureros, osan citas a ciegas...pero ya que más da lo que tenga que decir en mi defensa...si queda en entredicho la despedida que no pudimos calcular, o ha desaparecido el beso que se evaporó con la promesa de escapar juntos, si remuerde la irremediable impotencia de sabernos presos del olvido, la locura o la razón, y encima ser conscientes de ello, o no haber sido más valiente y proponer con insistencia, cuando todavía el deseo permitía cruzar todos los limites del destino, el azar de escondernos en “Inclasificables”, incluso correr el riesgo y el peligro de equivocarnos y acabar en el suicidio de “Sin clasificar”, si al final volveré a quedarme vacía con su ausencia, el oxido de mi hierro manchará otra vez mi carne y las madejas apelmazadas de mis entrañas, dolerán de pena y soledad... compartiré entonces con carteras y maletas, lágrimas y suspiros, y en su honor, el rememorar de sus caricias, sus miradas y sus palabras, se harán eternos en mi hoy y ahora, y hasta que expire el plazo de retén para mi destrucción...obvia y evidente...pues nadie me ha reclamado, ni me reclamará...
   De edad indefinida, moreno y erguido, paseó expectante su porte maduro y orgulloso, entrelazado el pellejo usado de su empuñadura con los dedos del funcionario que afanosamente le buscaba un sitio...yo, disimulando la sorpresa de la inquietud de mi corazón y el desasosiego de mis nervios, le observaba por el rabillo del ojo mientras tomaba posesión de su habitáculo y se instalaba despacio, cuadrando su contorno con precisión y adoptando una postura cómoda y simpática que pronto nos embelesó a los vecinos...al principio parecía algo cansado, o desconcertado no sé...supongo que le costaba admitir su nueva situación de huérfano en un refugio, ojala que temporal...pero según iban pasando las manecillas del reloj, su expresión taciturna y el mutismo de sus labios se tornaron en muecas cómplices y saludos cordiales...así, el cielo de plata marcó las doce y sucedió qué...acorralamos en bandada su figura antes de las presentaciones y a la primera oportunidad coquetee con sus frases educadas, luego bastó la fugacidad de una estrella y el revuelo organizado por el taconeo de unos pasos para crear un vinculo de confianza que ya nunca se desató...supe de su origen artesano y escrupuloso, de la magia de su tacto dorado, de su dedicación exclusiva a la más noble profesión, contándomelo de carrerilla como si el tren del amanecer nos fuera a pillar con retraso...el arrullo de su voz grave salpicada de música y el aroma varonil que emanaban sus poros, impregnaban los nudos de mi ser aún después de los dulces adioses a los que nos condenaba el inicio de un nuevo día...las fechas del calendario en la mesa de recepción nos indicaban con sus cruces de rotulador, que las semanas caducaban y con ellas crecía nuestra ternura y pasión...él, que remedio, se fue acostumbrando al ritmo monótono de nuestra rutina, rota únicamente por el trasiego de recogidas y entregas que cuando afectaba a nuestro espacio, nos sobrecogía el alma...pero también a eso se fue habituando, a que ninguna visita preguntara por él, al resentimiento de su abandono, a la desesperación remordiendo su estampa...una noche nos contó una historia, a la siguiente otra...nos regalaba con el detalle de su biografía las ganas de escuchar, de seguir luchando por salir de allí, de encontrar un hueco en el nombre de alguien...nos habló de su dueño, el doctor de un pueblo que recorría en su tartana la comarca atendiendo la salud de los demás...el embarazo múltiple de Lucinda, la enfermedad singular del Sr. Moreti y sus picores salvajes, la delicada respiración de Gillian que se ahogaba en su propio aliento, el viejo Tasio que fumaba sin parar y murió de un simple resfriado, el bulto sospechoso que resultó ser grasa en la cintura de doña Carlota, los gemelos de Paula que nacieron ciegos, la bronquitis crónica de Paul que le impedía trabajar...y tantos otros pacientes, familiares y amigos que seguro habitaban en el forro de su interior y en la mente de su herida oculta que le hacía sangrar por la nariz cuando menos se lo esperaba...pero ese relato no lo terminó de narrar...reíamos con las anécdotas, callábamos con los síntomas y tratamientos, sufríamos con la mayoría de los desenlaces...y con cada reunión, él se fue apagando...renegó de mi compañía, se marginó en el polvo de su posición, dejó de sonreír, de bromear...bebía y comía solo rumiando sus pensamientos y la amargura empezó a envolver su semblante antaño discreto y amable...
   Un mes antes de irse, una tarde de siesta breve, le oí llorar...me acerqué sin dudarlo, con la intención de mimar su lamento tan espontáneo como fugaz, por el trazo impulsivo de mis huellas creía en su usual rechazo, y en cambio, me encontré con el dibujo de la queja de su desconsuelo tatuado en sus labios y un sinsabor amargo atragantado en la garganta...
   Cuando el nieto de aquel doctor de pueblo vino a buscarle y en consecuencia, estrenó en su rostro el color de la esperanza y exigió a sus miembros entumecidos la fe en lo imposible, yo era la única que entendía de la coherencia de su honesta dignidad recorriendo impaciente y algo altivo el corredor estrecho que le conducía a la libertad ansiada, yo fui la única que comprendía el arrebato obsesivo de un error, un despropósito...yo fui la única a la que confesó el reflejo tenso y cruel, que un espejo guardado en el fondo de su volumen, le devolvía, como flechas de reproche y rencor que se clavaban en su frágil ego, al arrodillarse a la inteligencia de darse cuenta que la culpa de su desolación, no fue un descuido, ni un despiste intencionado...el doctor, su venerado amo...había renunciado voluntariamente al bagaje y empeño de su empresa en común y se había rendido al diagnostico de no recuperar jamás el pasado...los motivos, las causas, los por qué, sin futuro y con el presente hipotecado...eran fácil de adivinar...





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