Para una bolsa de tela aburrida y mentecata
como yo, su empaque de cuero experto y sus refuerzos de metal brillante, eran
el atractivo perfecto en la estantería tercera, compartimento 333 de la sección
de equipaje de mano...pero no me enamoré de él por su piel suave o su cierre
enigmático, entregado por aquel policía circunspecto e insulso, le amé desde el
primer momento que le vi posarse humilde en el mostrador, con gesto desorientado
y confuso y una cicatriz oscura y profunda, que intuí le atravesaba el
contenido de aire misterioso de sus formas elegantes...
En la oficina de objetos perdidos de la Estación Central ,
la mejor hora para relajarse es a medianoche, cuando los fluorescentes
impúdicos y descarados del techo se van a dormir, y una tenues y cariñosas
luces de emergencia avisan y velan nuestra verdadera naturaleza muerta o viva,
según se mire, porque en cuanto el vigilante se encierra en su garita para
echar una cabezada, y el silencio
amenaza la nocturnidad lunática de algunos viajeros, en este hormiguero de
pasillos y andenes con prisas, asientos de plástico duro y desgastado, esquinas
y rincones sin intimidad, la actividad se tiñe de calma, y el bullicio se
convierte en un despertar lento y perezoso a un mundo, el nuestro, latente y
secreto, pero tan real como la sangre de hilo que late por mis venas, bordadas
a puntada de tiempo, a la estampa de flores primaverales, ya por siempre
perennes en cualquier memoria...y es que muchos han pasado por aquí en estos
años de mi obligado encierro, desde que a la anciana a la que le pertenecía se
la tuvieron que llevar en ambulancia y me dejaron caída en el suelo, las agujas
asomando su llanto triste, y los ovillos de lana enredados entre
interrogaciones temerosas que me hacían a mi, su hogar, esperando el abrazo
tranquilo de mis asas de madera para espantar su incertidumbre y su
miedo...recuerdo con gracia aquel neceser de rayas atrevidas que me guiñaba la
cremallera cada vez que coincidíamos o aquel portafolios de cartón negro que me
sacó a bailar en la fiesta de fin de año y me propuso matrimonio...sin embargo,
aparte de cierto interés y curiosidad circunstancial, ninguno ha provocado el
palpito de mis costuras, la revolución de mi estomago o el ensueño de mi
imaginación como él aún lo hace, un maletín de médico que esta mañana se ha
marchado para no volver...Quizás me precipité en mostrar enseguida mis
sentimientos, puede ser que la emoción por sentir me convirtiera sin pretenderlo
en una adolescente capaz de comportarse de la manera más absurda, como
invitarle a mi balda sin apenas conocerle o quedar a solas con él en el
trasfondo de “Varios” donde solo los intrépidos y aventureros, osan citas a
ciegas...pero ya que más da lo que tenga que decir en mi defensa...si queda en
entredicho la despedida que no pudimos calcular, o ha desaparecido el beso que
se evaporó con la promesa de escapar juntos, si remuerde la irremediable
impotencia de sabernos presos del olvido, la locura o la razón, y encima ser
conscientes de ello, o no haber sido más valiente y proponer con insistencia,
cuando todavía el deseo permitía cruzar todos los limites del destino, el azar
de escondernos en “Inclasificables”, incluso correr el riesgo y el peligro de
equivocarnos y acabar en el suicidio de “Sin clasificar”, si al final volveré a
quedarme vacía con su ausencia, el oxido de mi hierro manchará otra vez mi
carne y las madejas apelmazadas de mis entrañas, dolerán de pena y soledad...
compartiré entonces con carteras y maletas, lágrimas y suspiros, y en su honor,
el rememorar de sus caricias, sus miradas y sus palabras, se harán eternos en
mi hoy y ahora, y hasta que expire el plazo de retén para mi
destrucción...obvia y evidente...pues nadie me ha reclamado, ni me reclamará...
De edad indefinida, moreno y erguido, paseó
expectante su porte maduro y orgulloso, entrelazado el pellejo usado de su
empuñadura con los dedos del funcionario que afanosamente le buscaba un
sitio...yo, disimulando la sorpresa de la inquietud de mi corazón y el
desasosiego de mis nervios, le observaba por el rabillo del ojo mientras tomaba
posesión de su habitáculo y se instalaba despacio, cuadrando su contorno con
precisión y adoptando una postura cómoda y simpática que pronto nos embelesó a
los vecinos...al principio parecía algo cansado, o desconcertado no
sé...supongo que le costaba admitir su nueva situación de huérfano en un
refugio, ojala que temporal...pero según iban pasando las manecillas del reloj,
su expresión taciturna y el mutismo de sus labios se tornaron en muecas
cómplices y saludos cordiales...así, el cielo de plata marcó las doce y sucedió
qué...acorralamos en bandada su figura antes de las presentaciones y a la
primera oportunidad coquetee con sus frases educadas, luego bastó la fugacidad
de una estrella y el revuelo organizado por el taconeo de unos pasos para crear
un vinculo de confianza que ya nunca se desató...supe de su origen artesano y
escrupuloso, de la magia de su tacto dorado, de su dedicación exclusiva a la más
noble profesión, contándomelo de carrerilla como si el tren del amanecer nos
fuera a pillar con retraso...el arrullo de su voz grave salpicada de música y
el aroma varonil que emanaban sus poros, impregnaban los nudos de mi ser aún
después de los dulces adioses a los que nos condenaba el inicio de un nuevo
día...las fechas del calendario en la mesa de recepción nos indicaban con sus
cruces de rotulador, que las semanas caducaban y con ellas crecía nuestra
ternura y pasión...él, que remedio, se fue acostumbrando al ritmo monótono de
nuestra rutina, rota únicamente por el trasiego de recogidas y entregas que
cuando afectaba a nuestro espacio, nos sobrecogía el alma...pero también a eso
se fue habituando, a que ninguna visita preguntara por él, al resentimiento de
su abandono, a la desesperación remordiendo su estampa...una noche nos contó
una historia, a la siguiente otra...nos regalaba con el detalle de su biografía
las ganas de escuchar, de seguir luchando por salir de allí, de encontrar un
hueco en el nombre de alguien...nos habló de su dueño, el doctor de un pueblo
que recorría en su tartana la comarca atendiendo la salud de los demás...el
embarazo múltiple de Lucinda, la enfermedad singular del Sr. Moreti y sus
picores salvajes, la delicada respiración de Gillian que se ahogaba en su
propio aliento, el viejo Tasio que fumaba sin parar y murió de un simple
resfriado, el bulto sospechoso que resultó ser grasa en la cintura de doña
Carlota, los gemelos de Paula que nacieron ciegos, la bronquitis crónica de Paul
que le impedía trabajar...y tantos otros pacientes, familiares y amigos que
seguro habitaban en el forro de su interior y en la mente de su herida oculta
que le hacía sangrar por la nariz cuando menos se lo esperaba...pero ese relato
no lo terminó de narrar...reíamos con las anécdotas, callábamos con los
síntomas y tratamientos, sufríamos con la mayoría de los desenlaces...y con
cada reunión, él se fue apagando...renegó de mi compañía, se marginó en el
polvo de su posición, dejó de sonreír, de bromear...bebía y comía solo rumiando
sus pensamientos y la amargura empezó a envolver su semblante antaño discreto y
amable...
Un mes antes de irse, una tarde de siesta
breve, le oí llorar...me acerqué sin dudarlo, con la intención de mimar su
lamento tan espontáneo como fugaz, por el trazo impulsivo de mis huellas creía
en su usual rechazo, y en cambio, me encontré con el dibujo de la queja de su
desconsuelo tatuado en sus labios y un sinsabor amargo atragantado en la
garganta...
Cuando el nieto de aquel doctor de pueblo
vino a buscarle y en consecuencia, estrenó en su rostro el color de la
esperanza y exigió a sus miembros entumecidos la fe en lo imposible, yo era la
única que entendía de la coherencia de su honesta dignidad recorriendo
impaciente y algo altivo el corredor estrecho que le conducía a la libertad
ansiada, yo fui la única que comprendía el arrebato obsesivo de un error, un
despropósito...yo fui la única a la que confesó el reflejo tenso y cruel, que
un espejo guardado en el fondo de su volumen, le devolvía, como flechas de
reproche y rencor que se clavaban en su frágil ego, al arrodillarse a la
inteligencia de darse cuenta que la culpa de su desolación, no fue un descuido,
ni un despiste intencionado...el doctor, su venerado amo...había renunciado
voluntariamente al bagaje y empeño de su empresa en común y se había rendido al
diagnostico de no recuperar jamás el pasado...los motivos, las causas, los por
qué, sin futuro y con el presente hipotecado...eran fácil de adivinar...
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