Como carmín rojo en los labios inertes de
una muñeca de porcelana, ella era el único color vivo en el barrio tísico y
famélico, que luchaba sin fuerzas y a pecho descubierto por no morir...la única
luz que se asoma en sombra azul claro a la memoria oscura y triste de aquel
tiempo negro y casi olvidado, que alumbra sin embargo mis confusos recuerdos
pueriles, perdidos en años de tonos grises, en rincones humedecidos donde
crecía la decrépita bruma, envolviendo con su manto tejido de harapos y
limosna, nuestras casas raídas y sucias, desiguales en su forma y en su sitio,
descolocadas en los confines de una gran ciudad que marginaba por entonces todo
lo que oliera a miseria, a enfermedad, a deshecho podrido que pudiera corromper
con su infección y gangrenara las escasas esperanzas de porvenir, de
prosperidad...
Ansiábamos cada mañana el despertar al
tintineo y al trajín de sus alhajas de latón y plástico que rompían al girar la
esquina, el silencio tuberculoso de la calle mal dibujada, aún sin asfaltar y
sin aceras...Subía los escalones, y
nosotros
presagiábamos sin esfuerzo, uno a uno, sus movimientos mágicos, sin salir de la
desnuda y tímida litera donde en las afiladas y blancas noches de invierno, a
través de un techo malherido, sin escudos, sin armas, la terrible espada del
viento cortaba cruel, el invalido calor posible, el de nuestros cuerpos...
Sabíamos del ritual al entrar, como ayer,
como siempre...se quitaba los zapatos de tacón de aguja, Gilda años cincuenta,
y se calzaba unas viejas zapatillas que arrastraba orgullosa, presumiendo del
que fue regalo de un conde venido a menos que recogía chatarra en los
basureros, detrás del esqueleto putrefacto de la escuela...
Después, pausadamente, repartía caricias y
juegos a sus tres gatos, criados desde cachorros, exigentes sólo en cariño y
cobijo, alimento les sobraba, pues como mercenarios pagados por un imaginario
gobierno, empezaban la caza al ponerse el sol, cuando las ratas apestosas
dejaban el subsuelo fangoso, e invadían nuestro escuálido mundo con un ejército
bien organizado...Y llamaba dulce y tierna al indefenso chucho, recogido en una
cuneta agonizante, que asustadizo y detrás de unas revistas amarillas y gastadas,
símbolo pertinente de glamour en el poblado, esperaba, él también impaciente,
como mis hermanos, como yo, que ella extendiera su mano con algo dentro que
llevarse al estómago...
Y al fin, el momento más deseado, irrumpía
alegre y bromista en la habitación de paredes desconchadas y vacías, sin otros
muebles alrededor que las tablas de los jergones, con colchón de lana
apelmazada y rancia, perfumada de orín...y entre besos y abrazos nos contaba
mil historias, que entonces el fantasma del hambre no nos dejaba entender...
Hoy, en un error con sabor a mar, al pasar
de soslayo por aquel baldío, desierto y embarrado, donde antes bullía una masa
informe que se mataba por sobrevivir...he pensado en ella, y le ha visto
despedirse de mi chorreando lágrimas de rimel y una mueca de impotencia
arrugando su cara como un pergamino usado, delatando el engaño inocente y
coqueto de su edad, fija e impresa, nos decía, en el mismo calendario...Se la
llevaron ya cansada de ser victima y vencida por la injusticia, una tarde de
otoño, dos policías de paisano...detenida por comentarios y envidias, decían
que era prostituta...y en ese pasado de aliento fétido, eso significaba sin
derechos, ni haberes...a nosotros nos llevaron obligados al preventorio, en
unos meses nos repartieron por distintos orfanatos...
La llamaban Fida, la argentina, por que
aunque era de Cáceres y la bautizaron Milagros, algo bebida, fantaseaba de vez
en cuando el orden de sus relatos y nos convencía de su matrimonio fugaz y
espontáneo siendo una cría y en su pueblo, con un rico y guapo terrateniente
sudamericano, que prendido de su belleza, la raptó loco de celos nada más
verla, y como en la noche de bodas, a la luz opaca de una luna engreída, cayó
fulminado a su pies sin explicación aparente...y se quejaba sumisa que ninguno
de los dos llegó a probar el fuego ardiente de la pasión prohibida...Fida tuvo
que huir con el miedo puesto, la frustrante pena en el corazón de su amor
imposible, y la soledad y la incomprensión a cuestas...Nunca volvió a
enamorarse, nunca tuvo hijos, su pesadilla secreta...pero fue nuestra musa,
nuestra reina, desde que una madrugada de lluvia, mi madre hueca ya de
sentimiento seco y consumida, sin futuro en el alma ni en los huesos, nos
abandonó a nuestra suerte y en su puerta...
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