lunes, 1 de octubre de 2012

Crónicas de sal


   Como carmín rojo en los labios inertes de una muñeca de porcelana, ella era el único color vivo en el barrio tísico y famélico, que luchaba sin fuerzas y a pecho descubierto por no morir...la única luz que se asoma en sombra azul claro a la memoria oscura y triste de aquel tiempo negro y casi olvidado, que alumbra sin embargo mis confusos recuerdos pueriles, perdidos en años de tonos grises, en rincones humedecidos donde crecía la decrépita bruma, envolviendo con su manto tejido de harapos y limosna, nuestras casas raídas y sucias, desiguales en su forma y en su sitio, descolocadas en los confines de una gran ciudad que marginaba por entonces todo lo que oliera a miseria, a enfermedad, a deshecho podrido que pudiera corromper con su infección y gangrenara las escasas esperanzas de porvenir, de prosperidad...

   Ansiábamos cada mañana el despertar al tintineo y al trajín de sus alhajas de latón y plástico que rompían al girar la esquina, el silencio tuberculoso de la calle mal dibujada, aún sin asfaltar y sin aceras...Subía los escalones, y
nosotros presagiábamos sin esfuerzo, uno a uno, sus movimientos mágicos, sin salir de la desnuda y tímida litera donde en las afiladas y blancas noches de invierno, a través de un techo malherido, sin escudos, sin armas, la terrible espada del viento cortaba cruel, el invalido calor posible, el de nuestros cuerpos...
   Sabíamos del ritual al entrar, como ayer, como siempre...se quitaba los zapatos de tacón de aguja, Gilda años cincuenta, y se calzaba unas viejas zapatillas que arrastraba orgullosa, presumiendo del que fue regalo de un conde venido a menos que recogía chatarra en los basureros, detrás del esqueleto putrefacto de la escuela...
   Después, pausadamente, repartía caricias y juegos a sus tres gatos, criados desde cachorros, exigentes sólo en cariño y cobijo, alimento les sobraba, pues como mercenarios pagados por un imaginario gobierno, empezaban la caza al ponerse el sol, cuando las ratas apestosas  dejaban el subsuelo fangoso, e invadían nuestro escuálido mundo con un ejército bien organizado...Y llamaba dulce y tierna al indefenso chucho, recogido en una cuneta agonizante, que asustadizo y detrás de unas revistas amarillas y gastadas, símbolo pertinente de glamour en el poblado, esperaba, él también impaciente, como mis hermanos, como yo, que ella extendiera su mano con algo dentro que llevarse al estómago...
   Y al fin, el momento más deseado, irrumpía alegre y bromista en la habitación de paredes desconchadas y vacías, sin otros muebles alrededor que las tablas de los jergones, con colchón de lana apelmazada y rancia, perfumada de orín...y entre besos y abrazos nos contaba mil historias, que entonces el fantasma del hambre no nos dejaba entender...
   Hoy, en un error con sabor a mar, al pasar de soslayo por aquel baldío, desierto y embarrado, donde antes bullía una masa informe que se mataba por sobrevivir...he pensado en ella, y le ha visto despedirse de mi chorreando lágrimas de rimel y una mueca de impotencia arrugando su cara como un pergamino usado, delatando el engaño inocente y coqueto de su edad, fija e impresa, nos decía, en el mismo calendario...Se la llevaron ya cansada de ser victima y vencida por la injusticia, una tarde de otoño, dos policías de paisano...detenida por comentarios y envidias, decían que era prostituta...y en ese pasado de aliento fétido, eso significaba sin derechos, ni haberes...a nosotros nos llevaron obligados al preventorio, en unos meses nos repartieron por distintos orfanatos...
   La llamaban Fida, la argentina, por que aunque era de Cáceres y la bautizaron Milagros, algo bebida, fantaseaba de vez en cuando el orden de sus relatos y nos convencía de su matrimonio fugaz y espontáneo siendo una cría y en su pueblo, con un rico y guapo terrateniente sudamericano, que prendido de su belleza, la raptó loco de celos nada más verla, y como en la noche de bodas, a la luz opaca de una luna engreída, cayó fulminado a su pies sin explicación aparente...y se quejaba sumisa que ninguno de los dos llegó a probar el fuego ardiente de la pasión prohibida...Fida tuvo que huir con el miedo puesto, la frustrante pena en el corazón de su amor imposible, y la soledad y la incomprensión a cuestas...Nunca volvió a enamorarse, nunca tuvo hijos, su pesadilla secreta...pero fue nuestra musa, nuestra reina, desde que una madrugada de lluvia, mi madre hueca ya de sentimiento seco y consumida, sin futuro en el alma ni en los huesos, nos abandonó a nuestra suerte y en su puerta...



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