domingo, 14 de abril de 2013

La puta pena



 Supuesto: La Risa
-         Una risa que me persigue…
-         Extrañamente hoy todo el mundo esta sonriendo…
-         Pero por qué me sonríe…
         Inicios:
a)     El personaje 1.- Oiga usted está sonriendo
                                  2.- uy perdone, no me había dado cuenta
         b)  El personaje 1.- Oiga se va a reír usted de su padre
                                  2.- vale ahora voy





­­―¡Oiga!, usted está sonriendo
―¡Uy! Perdón, no me había dado cuenta
―Pero escuche, ¿donde va usted tan deprisa?…
―No puedo pararme…temo que me persiga una carcajada…
―Que está usted diciendo, hombre de Dios…pretende quedarse conmigo…
―Para nada…yo soy una persona muy seria y respetable, ¿por quien me ha tomado?...
―¿Yo?...disculpe si le he ofendido…es que tiene usted unas cosas…
―No me cree, ¿verdad?...míreme a los ojos…¿no le parece que estoy infectado?…
―¡Tonterías!...este es el país de los Humanos Tristes…la alegría y sus derivados están terminantemente prohibidos…vivimos tiempos tranquilos y en calma, ajenos a las revoluciones de jubilo del pasado, y con los rebeldes que sobrevivieron a la jarana dando cuenta de sus huesos en la cárcel…¿Qué le hace suponer lo que sospecha?...
―Verá…este no es sitio ni lugar para confidencias entre extraños…a fin de cuentas…¿Quién coño es usted?...
―Pues que casualidad que lo pregunte…agente secreto para la Protección de la Mesura y la Solemnidad, y tendrá usted que acompañarme a comisaría…
―¿Es que estoy detenido?...mire que sé que tengo mis derechos…
―¿Detenido?...no por Dios…claro que no…puede ser usted un testigo importante, y sus declaraciones podrían ser de gran utilidad para una investigación que estamos llevando a cabo desde hace unos meses…cuando en esta misma esquina, otro hombre salió disparado gritando ¡socorro, socorro!, envuelta en mi sombra, se oculta la risa…yo mismo acudí en su ayuda…
―Siendo así…don Leandro Gutiérrez, magistrado del Ministerio de Justicia y Honestidad, a su completa disposición…


   …Don Leandro Gutiérrez tendió su mano regordeta, con la amabilidad y confianza habitual de un buen ciudadano…su impecable traje de un peculiar azul, contrastaba con el aspecto desaliñado y vulgar de un desconocido que aunque se había identificado como detective, a don Leandro le daba en el bigote, mala espina…
   En que oportunidad dichosa decidió salir de casa…claro que tampoco uno iba a ser abuelo todos los días…su hija se había empeñado en celebrarlo y…que iba a hacer…cenaron pronto, algo ligero, y bebió poco…una copa de vino…quizás dos…y luego…¿qué pasó luego?...
  
―Ya hemos llegado don Leandro…por favor siéntese…
―¿Esto durará mucho?...es que me molesta la migraña y la cabeza me da vueltas, quisiera irme a descansar lo antes posible…mañana tengo por delante una jornada de trabajo larga y pesada…
―No se preocupe…intentaré ser breve…voy a empezar a redactar el informe y enseguida estoy con usted…póngase cómodo…
  
   …Don Leandro Gutiérrez no encontraba la postura…como la iba a encontrar, si en su mente unos enanos saltarines no dejaban de brincar por cada rincón de sus neuronas…y hasta el corazón iba a salírsele del pecho para latir encima de la mesa…y es que de repente, que bien se acordaba del luego y del después del luego…

―Don Leandro se le está poniendo una cara muy rara…entre pálida y blanca, tirando a rancia…¿necesita ir al baño?, ¿un vaso de agua, don Leandro?…
―Un médico, llame a un médico…¿es que necesita más pruebas del contagio?...

   …El policía de la chaqueta desgastada y barba en el grado más elevado del descuido, reaccionó con los reflejos de un elefante asiático o como pensó don Leandro como su abuela Eudivigis que pesaba una manada entera…por qué el amigo tardó la eternidad divina en dejarle sólo mientras iba en busca de un superior…
   Don Leandro tenía que ganar tiempo…cavilar como salir de aquel embrollo…quien le mandaría a él atravesar por aquel barrio…total para qué…arañar unos minutos a la añoranza que ahora inevitablemente le harían desperdiciar...hasta si se ponían chulos, la ventaja de ser libre…el jilipollas de su yerno…ese tenía la culpa con su…venga don Leandro, desempolve esa memoria…estaba tan a gusto…que los recuerdos vinieron solos…y su juventud, y otra época…

―No, no y no…primero el interrogatorio…

   Don Leandro escuchó el eco de lo que sonó como una sentencia, no tenía escapatoria…si mentía traicionaría sus principios, lo que representaba para su familia el esfuerzo de tantos años se evaporaría en un santiamén, y de que habría servido tanto sacrificio, como decía siempre su señora, que en los cielos esté…y si respetaba la ley y narraba los acontecimientos tal y como habían sucedido, quizás se expusiera demasiado…y si su secreto se descubriese...¿que sería de él?…

―Así es que dice usted que venía del piso de su hija y su yerno…Calle Angustias, 25 3ºC
―Si, si eso es…cené con ellos, charlamos un rato y como la noche era agradable pensé que un paseo me vendría bien, son unas cuantas manzanas y…
―Plaza del Desconsuelo, número 1
―Ahí vivo yo, mi hogar y el suyo para lo que…
―Muchas gracias…pero dígame don Leandro…usted sabe perfectamente que el distrito del Chascarrillo queda justo en medio de esas direcciones, y que en determinados horarios, es indispensable, aunque sólo sea para utilizar una acera, un permiso de tránsito…
―Por supuesto que estoy al corriente…
―Entonces…¿Dónde está el documento oficial?...

     …Don Leandro torció el gesto en una mueca desconcertada…¿Cómo diablos iba a salir de este lío?...entonces buscando en su imaginación más recurrente, reinventó la historia de su propia vida en un segundo, y se la jugó a la coherencia y al sentido común con un as escondido en la manga...el reto comenzó en el mismo instante en el que como si estuviera en su sillón de juez, tomó la palabra, desplegando con su porte prudente y formal, sus artes embaucadoras, recuperadas de un antaño clandestino para la ocasión…

 ―Me lo robaron…
 ―¿Cómo?...no me había comentado nada de ese asunto…
 ―Guardaba mis razones…pero visto lo visto, estoy dispuesto a considerar una explicación que despeje las dudas, lo que no sé es si usted, joven, estará a la altura intelectual y práctica de comprender ciertos argumentos y disquisiciones, que dada mi posición me vería obligado a desvelar, con el consiguiente asalto a los reglamentos disciplinarios que me vería forzado a infringir en cuanto en tanto…
―Pare, pare…que me está volviendo loco…por favor, al grano…
―Pues eso, que sobre las diez y media u once menos veinte salí del portal y unos malandrines bastante graciosos y socarrones, a punta de cosquillas me amenazaron, y aunque les hice frente y traté de convencerles de su error, no fue suficiente…insistieron con desfachatez e ironía, para que les entregara el pase…como supondrá, dada mi profesión, suelo llevar uno en el bolsillo por si acaso…pero no se conformaban solo con el papel así es tuvimos nuestros más y nuestros menos…
―¿A qué se refiere?...no sería usted tan incauto de…
―Por supuesto…yo soy un caballero digno y orgulloso, y mi honor está por encima de los insultos y la intimidación de unos mequetrefes que de uno en uno no me llegan a la suela del zapato en coraje y valentía…
―¿Y está seguro que le transmitieron el virus del humor?
―No sé…en el forcejeo hubo algunos roces, y cuando les vi alejarse corriendo empecé a sentirme mareado y me desorienté…es fácil deducir que acabé vagando por aquellas calles fantasmas de manera ilícita sin ser responsable de mis actos…hasta que…
―Se encontró conmigo…pero hay algo que no entiendo don Leandro, la expresión de su rostro denotaba cierto regocijo y felicidad, y eso no cuadra mucho con los síntomas que dice padecer, ni con los efectos espontáneos y dolorosos de la Enfermedad…además según el Catecismo de la Circunspección, en el manual de Circunstancias, el ejemplo del dibujo de su semblante coincide con otras causas que difieren bastante de las de su relato…o hay una incongruencia o…
 ―¿Qué está usted insinuando?...

   Don Leandro se puso de pie enérgico, e intentando controlar unos nervios que daba ya por perdidos, alzó la voz…asumiendo que estaba atrapado...unas gotas de sudor sinceras mojaron su sienes, se dejó caer vencido y con la única ilusión de la promesa por cumplir, se rindió a las frases apabullantes de un discurso, repetido y olvidado a partes iguales, en la constancia de su compromiso infinito…

―Insensato, antes que el Ejercito Oscuro se sublevase y las Fuerzas Negras acapararan el poder imponiendo el miedo y el terror…el mundo era diferente…las revueltas sociales eran el producto de unos recortes vitales imposibles de soportar, y la resistencia luchaba por mantener esencias y términos a los que jamás renunciaríamos, ni bajo torturas, ni en peligro de muerte…
Las nuevas generaciones, por desgracia, no habéis disfrutado de significados como contento o divertido…no sabéis de deleite, ni de satisfacción…nunca el entusiasmo del gozo ha salpicado vuestras emociones, ni habéis asistido como protagonistas a las juergas de los sentidos…por vuestras venas solo fluye sangre afligida por el pánico y el resquemor…os educan y crecéis para ser Humanidad Triste, maduráis en el espanto, cómplice  de valores como amargura, pavor y pesadumbre, y sumisos acatáis obedientemente la quimera falsa de una Enfermedad con mayúsculas que no existe…por que la risa contagiosa no es una patología que haya que prevenir, ni curar…ni hay que censurar sus distintas manifestaciones, reducidas progresiva y estratégicamente en suburbios vetados, vestigios del ocio, ilegal por decreto, y con cláusula especial en los estatutos de una constitución a medida de la mediocridad y sin esperanza…y vosotros, victimas de esta condena al horror, ni una queja, ni un lamento…

―Don Leandro… yo soy un sencillo y discreto funcionario que…
―Muchacho, te confieso que me caes mal y que no mereces lo que te va a ocurrir, hubiese preferido que tu voluntariamente eligieras, pero si no puede ser…estabas a la hora equivocada…tu salvación dependía de mi anonimato…quizás si los dos hubiéramos pasado inadvertidos…

   Hacía mucho que don Leandro no visitaba El Chascarrillo, con su hija y su yerno, en el fulgor de la reminiscencia se le había abierto aquella vieja herida que vez en cuando supuraba ganas de revivir otros momentos, y sin pretender quebrantar las normas, la mención del nombre de su mujer y la alusión a su tormentosa ausencia, arrastraron sus pasos, el desparpajo lo añadió el alcohol consumido y los coloretes en las mejillas…que más daba si llevaba autorización o no…conocía al detalle cada adoquín, cada ladrillo y el deseo de saborear, aunque fuese el espíritu, de las madrugadas borrachas de jaleo y alboroto, exigía premura y era más fuerte el acongoje en su urgencia, que la probable multa o castigo por el antojo de un despiste sin firma y sello…recorriendo el hueco vacío del ayer, sus garitos de cómicos, grandes escaparates mostrando el cachondeo de la broma, bares de copas risueñas, el club de la burla…frágiles y dulces sentimientos cruzaron como un espejismo su mirada…abrazados y enamorados su novia y él…aún en las filas de la oposición al régimen del engaño, más tarde el matrimonio como miembros leales y activos, infiltrados a golpe de empleo y supervivencia entre la población…don Leandro, vulnerable a la evocación de la que sería su esposa, se dejó llevar por la debilidad de las alucinaciones y acabó delatándose a si mismo tan exultante…pero que mejor que una venganza inesperada para ejecutar su juramento, el que hizo a su amante, su amor, su fiel compañera, cuando agonizando, ¡que carácter Señor!, le pidió con tanta ternura y tanta sorna, que había que seguir adelante costase lo que costase, a cuestas de la humildad y siempre, como un capricho bordado en los labios, la sonrisa cosida a la boca…

―Don Leandro me está usted asustando…pero bajo ningún concepto, voy a tolerar que me manipule con la revelación de su verdadera…
―Cállate inocente mentecato, ya no hay vuelta atrás…
 
   Colgadas algunas horas de la luna de medianoche, el horizonte se adivinaba rojo con el tinte suave y efímero del amanecer…en un cuchitril con ínfulas de despacho una tensión ufana y distendida, soplo a soplo, embargaba pulsos y alientos…dos personas en privado, fijas las pupilas unas en las otras, pendientes del más leve movimiento y aguantando la presión desesperada de un silencio fugaz, se vieron sorprendidas por el espectro de una risotada…la invocación de don Leandro, guasón por naturaleza, y de chispa y salero innatos, había obtenido su recompensa…y destornillándose entre ataques de bulla, placer y alborozo el ingenuo y jovial inspector no daba crédito a su suerte…

―No sé como podré agradecerle este regalo don Leandro…
―Bueno, pues para empezar podemos marcharnos de aquí y Dios dirá…

   Abandonaron el edificio en compañía del amarillo del alba, en su fuga de chirigota caminaban lentos, sin rumbo, sin remorderles la calma de la conciencia, sin hacer cabalas inútiles sobre su futuro imperfecto suspendido en equilibrio, tan concentrados, tan entretenidos en el trajín de una conversación que mecida por el arrullo del sol, reconfortaba el ánimo…

―¿Cómo había dicho que murió su señora, que en gloria esté?...
―Pues de muerte natural…Uy perdón de muerte nacional…
―¿Hay una muerte nacional don Leandro?...ay que me descojono…
―No hay ningún misterio chaval, pero descojónate más a menudo, experimenta y recrea  lo aprendido y sacia tu curiosidad…por que si no…te devorará el monstruo indefinido, insulso y gris de la puta pena, esa es pipiolo…la puta pena…

   Don Leandro tan dado al disimulo y las excusas…no reprimió una lágrima sutil, que huía despacio por el mentón, y se refugiaba profunda en su rabia, pero que en vez de empañar, hizo brillar más su sonrisa…

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