...Ni
siquiera existía una leyenda, tan sólo un nombre, Junco, y una historia sin final ni principio, porque apenas nadie en el pueblo sabía del misterio, y quien sabía nada decía. Unos pocos por miedo, como mis padres, huyeron, los demás, tras el silencio y el paso del tiempo, se convirtieron en muertos...
Aún dibujo bien en el corazón aquel pueblo
que dejé siendo todavía una chiquilla, perdido el camino entre laderas
imposibles, de repente, surgía sin darte cuenta, como un fantasma, el caserón
vacío de las afueras, después a unos metros las pretenciosas fincas de los caciques de verano, y a la derecha detrás de la arboleda negra e intensa, que bordeábamos por esta ribera del río, las casuchas grises y la iglesia sin color, desperdigándose angustiadas por la falda, de lo que a mi me parecía una inmensa montaña...