lunes, 17 de noviembre de 2014

PARALELOS EN PERPENDICULAR





  La vista que tenía ante sus ojos paralizó su pensamiento, aún así alzó la copa y propuso el brindis...estaba decidido. Era la mujer más hermosa del mundo y le estaba mirando, qué pena, precisamente ahora cuando ya no había remedio. Dejó que las burbujas mojaran su voluntad y cerró los parpados. El recuerdo le llevó en volandas a otro momento, otro lugar...y sintió como se elevaba por encima de los invitados hasta escapar por la primera ventana...ni siquiera volvió la cabeza, sabía que no se habían dado cuenta de nada, que permanecían ensimismados en sus propios gestos, pendientes de aparentar lo que no eran...sonrió irónico y se dejó llevar...

   Federico abrió la mirada convencido que todo había sido un sueño, todavía le duraba esa sensación, que agradable había sido volar, levitar sin alas y observar el movimiento de los demás desde arriba...y ella, fijas sus pupilas en él...claro que, caray como notaba que también su presencia era imponente, aquel traje oscuro le sentaba de maravilla y la corbata de seda, elegida a propósito, destacaba más si cabe ese porte de galán maduro que tanto había pretendido en otras ocasiones, sin conseguir...entonces un rayo de sol le cegó hasta las entrañas y un picor desconocido quemó su piel...
   Ana trataba inútilmente de conciliar los ruidos de los vecinos con su necesidad de descanso, harta de buscar sin encontrar la postura adecuada para la desconexión total, se incorporó y encendió la lámpara de la mesilla...vaya juraría que había dejado las gafas junto al libro y no están...que casualidad, tendría que ir a la cocina a tientas y con la costumbre de ir descalza ya adivinaba que pasaría...en esas estaba, debatiéndose con su despiste cuando respiró un aroma poco habitual para el saludo de la luna...

   Los acordes dulces de una guitarra sin dueño invadieron el hueco de la escalera...cuando Ana tropezó con el sobresalto ya eran más de las dos y la curiosidad en forma de sombra desfiló por su mente...abrió la puerta para recibir mejor el mensaje musical, con pijama de algodón a rayas y el rictus de extrañeza y fastidio que compartía con el resto de habitantes de la finca...
   Esto es increíble, se repetía Federico una y otra vez sin dejar de bañarse en arena...¿donde demonios estoy?...maldita la gracia si sigo soñando...no aguanto este bochorno...
   De repente los fluorescentes de los rellanos se apagaron y Ana se quedó a medias entre el sexto y el quinto, justo en el instante que la oscuridad se dejaba acompañar por el silencio...las palabras se le quedaron pegadas en la garganta y algo parecido al miedo rozó su nuca... el escalofrío llegó hasta los pies, desnudos, sin calcetines ni zapatillas para reconvertirse en el placer de hundirse lenta en azúcar caliente, e intuyó dorada en sal por el hechizo amarillo y azul del horizonte, que solo pudo imaginar por que una fuerza imposible la arrancó de aquel milagro y depositó su cuerpo en la delicada forma de una duna echa a medida...

   Federico no daba crédito, el espectáculo continuaba más allá de sí mismo...
el sudor pegajoso y el ardor que enfurecía su sed pasaron a un segundo plano al contemplar el desfile alborotador y con cierta parsimonia de una retahíla de seres extraños capitaneados por un enorme cangrejo rojo...cáncer, él era cáncer...forzosamente debía ser una señal...tendría que observar bien todos los detalles...algo querría decir lo que le estaba sucediendo...entonces ocurrió...
   Ana adormilada en una ilusión óptica creyó que el espejismo era ella misma tumbada en una playa de cristal sin olas, por eso cuando a pesar del viento mudo y el espacio callado vio acercarse a lo lejos aquella caravana de raros especimenes
dirigidos por un crustáceo del tamaño de un elefante y del color pasión de su pinta labios, supo que había llegado la hora...

   El Desierto pillaba a mano derecha, a unos cien metros después de la primera esquina, en un rincón de la calle cortada que partía de la Plaza La Camelia...abría hasta la madrugada y en él trasnochaban o madrugaban según se mire, seres extraños y raros de una sociedad exigente y excluyente, que marginaba con demasiada facilidad a quien no siguiera el ritmo marcado por a veces hipócritas normas...el alcohol de garrafa en un vaso con hielo o el vino peleón de una copa sin brillo, les hacían pasar el mal trago de quien sabe si el día o la noche sometidos a enfermedades, soledad o miseria...allí por lo menos, el encuentro con parecidos o iguales y mucho de común en el ambiente, daba ánimos y vida a un barrio decaído y triste, perdido en la añoranza de una época remota de industria, juventud y comercio...ahora la naturaleza sórdida de construcciones decrépitas, inquilinos de paso y negocios hundidos le conferían el aspecto desangelado de un páramo en mitad del abismo...al que la mayoría de sus habitantes se asomaban...

   Federico reconoció a Germán “el cátedra” subido en una jirafa de trapo y a Fermina la del prostíbulo, conduciendo un trasto con ruedas cuadradas...también iba Renata “dedos largos”, girando como una peonza loca y Severín “el manías” relamiéndose las puntas de un bigote que no dejaba de crecer y haciéndole parecer más calvo...
   Ana quiso hacerse la tonta al saludo de doña Ursula, la del portal de enfrente que siempre le preguntaba por el novio que no tenía...y prefirió evitar la insinuación de Roque que arqueó las cejas como esperando que ella le siguiera...
tampoco hizo caso del guiño de don Fabián, un viejo verde de mucho cuidado...y por obligación contestó educada a la mueca envenenada de Carmelita, una serpiente con abrigo de visón y collar de perlas...

   La fiesta en El Desierto era este viernes en honor de los Benitez...les había tocado la lotería y se marchaban a un pueblo en la costa...habían prometido borrachera de marca y baile con orquesta hasta las tantas...y por supuesto sobraba anunciar que la invitación general incluía guardar las penas en casa, pasarlo bien y si era posible hasta olvidar...

    Federico atravesó el espejo del bar hastiado de burlas e insultos baratos, de compañeros mezquinos y groseros y de un trabajo que le estaba chupando la sangre por tres pesetas...cansado de llegar tarde y de que un colchón vacío le diera la bienvenida, tan fría como absurda, tan inútil como el sin sentido de estar, de permanecer...
   Ana huía de la mentira y también de la verdad...del sacrificio por un padre tirano y en constante agonía que se acababa de marchar al infierno para por fin dejarla en paz...se sorprendió gratamente, valiente y osada, peinada de peluquería y maquillada hasta en el pasaporte, atravesando el espejo del bar...
   Federico identificó el tatuaje con su signo del zodiaco en el brazo musculoso de Melchor, camarero y dueño del local, boxeador en los setenta, escolta en los ochenta, y portero de discoteca en los noventa... ahora armario empotrado dos por dos de huesos y grasa, empeñado en salvar a la humanidad detrás de la barra de una garito de mala muerte...
   Ana pidió un gin tonic...Melchor le sirvió mostrando una sonrisa de oro y exhibiendo el caparazón gigante con pinzas de su bíceps...que coño significaba esto...ella no debía estar allí...hacía solo un rato que estaba en el descansillo del portal escuchando las notas de esa canción...
   Federico se subió a una mesa con el hígado a tope empapado de gris, aprovechaba la pausa de la charanga y el letargo de los conocidos...¡ay mi madre!...si soy el amo...el puto amo...desde aquí hay arco iris...esto es otra cosa...
   Ana se detuvo al oír aquella voz quebrada por una emoción rota...un impulso fresco, atrevido, nuevo, le hizo prestar atención al discurso de aquel hombre tan vulgar hacía un rato, de repente en su sentimiento tan distinto...se fue acercando despacio, intentando descifrar los enigmas que cruzaban el semblante desesperado de Federico...quiso averiguar el misterio que enredaba su destino con un traje oscuro y una corbata de seda y acertar el jeroglífico en el que se había convertido su ser y su respirar al amanecer, como un puzzle de infinitas piezas a la espera de futuro, corazón y alma...

   La vista que tenía ante sus ojos paralizó su pensamiento...Federico nunca había sido tan feliz...el centro del universo y encima se estaba enamorando, de la del gin tonic, la mujer más hermosa del mundo que le miraba, a él...pero las cartas estaban echadas...suicidarse era una alternativa como otra cualquiera...no se rendiría al reflejo engañoso de otra quimera falsa y esquiva...


   Ana le acompañó en la ambulancia...le había visto desplomarse después de brindar por sobrevivir, no le quedaba mucho tiempo, si acaso un suspiro, aún así ella quiso estar a su lado cuando despertara...si por una vez tenía suerte le susurraría al oído otro momento fugaz, otro lugar efímero...una historia inventada fuera de la realidad llena de magia, luz y calor...un oasis propio de cariño, fantasía y miel...





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