martes, 31 de julio de 2012

Sábado


   …Corrían principios de los noventa…Segismundo Socuellamos, apostólico, católico y romano, natural de Calahorra, notario de vocación y con residencia fija desde hacia 30 años en la pensión de Doña Paca, no consideró oportuno en aquel momento, no tanto por un exceso de confianza como por la rabia del retraso para con sus rituales, dar cuerda al enorme reloj despertador, que con sonoros galones de agujas y horas, presidía tiránico y marcando el paso, la mesa camilla, tan pegada al cabecero de la cama, que daba abrigo y hogar a toda la habitación…
   …Y es que el compadre Jenaro se estaba haciendo viejo, cada vez tardaba más en contar sus batallitas después de la cena, así luego venían las prisas para el retrete, el vaso de agua tibia y la oración…
   …Se escurrió entre las sabanas con el ansía pegado a los pulmones, respiró hondo y con ojos duermevela, se dispuso como todas las noches a repasar meticuloso y al detalle, la agenda del día siguiente:
   …Sabado, 28 de Junio…en realidad como cualquier sábado, sonaría el despertador a las siete en punto, una ducha larga y con los nervios de punta saldría disparado al Café de la Estación, desayuno con Roaura…¡¡¡Dios mio!!!...no quiso pensar en ella, todavía no…luego paseo por el Retiro agarrado a su cintura, un beso profundo en la mejilla al despedirse en el autobús, y aperitivo y almuerzo, otra vez en El Chinchorro, con don Ricardo y don Telmo, compañeros de profesión…copa y puro en el Club, incluida partida de cartas tan insulsa como la charla del señor Nogales, y los cansinos chistes sin gracia de Tomasito, cafre hasta decir basta…y a las ocho en punto, flores y misa en honor de don Amadeo, su mentor, maestro y ejemplo…quien lo diría, nueve años ya desde que los enterramos…llegado a este punto, como siempre, Segismundo se dejó llevar…regresó a sus recuerdos infantiles de baturros y jotas los domingos, de martes y jueves catequesis y confesión…a la añoranza adolescente y gamberra de la pandilla, y por supuesto al sufrimiento del primer amor…Catalina…como le gustaba escaparse con ella a las eras, y entre los árboles de caminos perdidos esperar la puesta de sol, era entonces cuando pidiendo permiso al cielo y haciendo la señal de la cruz, intentaba encontrar los muslos de la muchacha, relamer sus pechos y beber el deseo de esos labios carnosos, hasta que el pecado se hacía presente entre los dos y a punto de caramelo, a Segismundo no se le levantaba la moral entre las piernas…así pasaron casi tres años y harta de tanto beato inseguro y de tanta casta impotencia, Catalina se había fugado con un cabrero en tránsito que según las malas y buenas lenguas era famoso en la zona por su pene tan generoso como vividor…
   Herido y humillado en su orgullo por el qué dirán y sumiso al presentimiento de un panorama poco halagüeño, había tomado la decisión más importante de su vida, poner distancia de por medio y alejarse lo antes posible de la traicionera desilusión…
medio y alejarse lo antes posible de la traicionera desilusión…
   Otro trabajo que no fuera el monótono y limitado taller de su padre, y otras compañías que le confirmasen una juventud sin rencor ni reproches, seguro le harían olvidar la decepcionante frustración de la derrota y el triste ultraje a su honor, que quedándose en el pueblo le perseguirían en forma de lamentos y cuchicheos canallas…
Aconsejado por su madre, escribió una carta salpicada de ruegos y suplica, a aquel pariente lejano que se marchó a Madrid siendo un crío a labrarse, no sin ciertas dificultades, un laborioso porvenir…
  …Don Amadeo le había recibido con la sonrisa franca y el abrazo abierto, casado con doña Ceci y titular de una notaría prospera, le había adoptado como el hijo que no pudo fecundar…a cambio, Segismundo, con mucho empeño y dedicación, aprovechó de buen grado las clases de nocturno que alternaba con las mañanas de aprendiz animado y responsable en el despacho…
  Cuando doña Ceci cayó enferma, ¡¡Dios la guarde en su gloria!!, tuvieron que contratar otra ayudante, y llegó Rosaura…ahora sí que Segismundo quiso recrearse…Rosaura, su anhelo secreto, la mujer perfecta…
   No le importaba el hechizo que parecía tener sobre él, lo cierto es que se volvía loco intuyendo sus caricias de manos grandes, adoraba esa cara caballuna, y hasta disfrutaba cuando esa pelusa sobre el morro, que claramente era un bigote, le hacía cosquillas, pero era su porte tan masculino, tan misterioso y sus anchas y musculadas espaldas, lo que realmenente le hacía perder la concentración en sus quehaceres…
   Rosaura aún compartía piso de alquiler con sus padres, y aunque desde el principio aceptó encantada, primero la caballerosidad de Segismundo, después el noviazgo formal, nunca dejó de existir entre los dos una extraña barrera que no daba lugar a ninguna intimidad, por mucho que Segismundo disculpara inocente y romántico el frío y distante comportar de su amada, con la timidez y el recato…
   Se despertó con el aliento reseco y el nombre de Rosaura palpitando en su sien…una
Tremenda erección le sacó del obligado letargo, y más por necesidad que deleite tuvo que desahogarse, sumiso rezó un padrenuestro con resentimiento de palabra y obra, mientras avergonzado, imaginó a Rosaura invadida por la pasión y como salvajemente se arrancaba la ropa sin ningún tipo de pudor, transportándole en sus fuertes brazos al paraíso de un placer no escrito…Consiguió dormirse, pero inquieto de pensamiento, no dejó de dar vueltas hasta que rota la ensoñación, se aparecieron unos ángeles en calzoncillos que llenos de plumas, le invitaban a montar en unas carrozas musicales, tiradas por caballos de cuatro ruedas… 
   …Un estrépito de luces y sombras sobresaltó el ritmo del espectáculo, el sudor le mojaba la piel como recién bañado, y quiso encomendarse a san Expósito, santo de su reflexión y ayuno, cuando aún fresco el eco de su pesadilla, resonaba en su cordura el disparate de que haciendo cuentas eran más de las doce y eso ni por asomo estaba reflejado en su lógico proceder…
   A sus 52 años muy bien llevados, mejor cumplidos, Segismundo no había faltado jamás a una cita, concienzudo cumplía con lo planeado y la sola idea de sacar los pies del tiesto le producía un terrible dolor de cabeza que solo se  podía permitir con
cuentagotas…atorado en su razón y su mente, no supo como actuar…para calmarse tomó aire y recitó en alto los diez mandamientos, cuando llegó al sexto, ya estaba ordenando el cúmulo de disculpas y perdones que debía repartir, claro está en persona, no iba a ser tan descortés de utilizar un teléfono…
   Se preguntó si Rosaura habría vuelto a su casa en las afueras, o sí estaría esperando, confiada, la cita fantasmal con nadie…lo que Segismundo, pobre ingenuo, no sabía, es que Ros, sin aura, liberada por fin de aquel tormento, retozaba ardientemente entre suspiros femeninos con una gogó de discoteca que había ligado la madrugada anterior en un local de moda…Aturdido y sofocado por la compasión hacía la que creía firme candidata a ocupar sus emociones y asuntos, se conformó con un telegrama elegante y afectivo que automático, le hizo sentir mejor…ya centrado, no quiso entretenerse con más remordimientos y excusas, llegaría sin ruido y casi en punto a la comida, así que con una carcajada triunfal sobre el embrujo hereje de la luna llena, se aprestó algo supersticioso, a coger el ascensor…
   Eran las dos de la tarde, por lo tanto su encuentro de rutina con Garcia en la escalera, y con Goómez en la entrada, no iba a ocurrir, iría más rápido en aquel trasto…hoy sin cartel de no funciona…
Al abrir aquella jaula, Segismundo tuvo una segunda aparición, un gigantesco ángel negro con una peluca rubia platino y unas formidables alas nacaradas, le sonreía desde dentro de aquella caja de madera antigua, mostrando descarado un abultado paquete que comprimía y resaltaba un tanga también inmaculado…ante aquella inclasificable visión, Segismundo dudó si entrar o no en aquel cacharro, reconvertido de repente en el decorado ideal de cualquier almanaque, e ignorante sin remedio, de si era el cielo o el infierno, en ambos casos, persignándose perezoso, estimó caer de lleno en la tentación…
   Merceditas, el drag-queen del cuarto, mulato de tamaño armario tres por dos, trémulo de risa bajo el maquillaje y el postizo por lo cómico del episodio, enarcó de sorpresa las cejas pintadas, cuando aquel hombre bajito y regordete, de impecable
traje diplomático y zapatos relucientes, con un educado buenas tardes, le saludaba y disimulando el susto y el sofoco, se colocaba a su lado…
   …Sucedió que el azar y el destino, habitual en estas historias,  unieron fuerzas, y el cachivache elevador se volvía a bloquear…
Atrapado en aquel espacio mínimo, Segismundo, metódico y maniático, resignado a las circunstancias de la situación, apreció listo que las puntualidades sería conveniente abandonarlas, y con una discreta curiosidad, preguntó delicado a aquel ser divino por semejante atuendo…
   Merceditas no podía creer que su vecino de mesa en el comedor no le hubiera reconocido, aunque es cierto que en el registro de recepción, firmó en el 83 con la identidad de Federico Okele, estrenando nombre en un carnet que borraba de un plumazo, que coincidencia, su pasado vagabundo y mísero en su Guinea natal…
Federico, guardia de seguridad en una caja de ahorros, y por defecto, desconfiado, vaciló lo justo para convencerse si merecería la pena una explicación, pero mirando
los ojillos tiernos que esperaban respuesta, y dada su particular y débil sensibilidad, Federico se dijo que por qué no…
   Entonces, tolerante y sin prejuicios, contó y  habló del significado de aquel ropaje, del sentido del desfile adonde se dirigía, del espíritu de las carrozas que Segismundo había visto en sus sueños, del corazón de los efebos en calzoncillos y de la libertad con la que las plumas teñían tantas alas…
   Segismundo aterrizó al insoportable retumbe de la sirena de bomberos en sus oídos...confuso y con piel de gallina, comprobaba el reloj, con un poco de suerte sobraría para comulgar…pero al ser rescatado, experimentó por primera vez una soledad distinta, y en el adiós de la dulce Merceditas, algo parecido a las lágrimas embargada un complicado dilema, que camino de la ermita, vulnerable y melancólico, desembocó, apurado el conflicto, en una revelación…
   …Don Amadeo lo comprendería, confió en él al dejarle como heredero natural de su titulo y su negocio, digno respeto pues para su memoria, pero…fue en un gesto cómplice del verano, en el guiño travieso de una esquina, que Segismundo, tan hermético, tan calculador, ya no era el mismo y en osado atrevimiento, dio la vuelta…

   A sus 53 años, con conocimiento y causa, y una pizca de nostálgico despiste… Segismundo Socuellamos, Segis para los amigos, nada apostólico, católico a veces y romano cuando se disfrazaba en las fiestas, natural de Calahorra, de vocación marica y segunda residencia en los garitos de Chueca…consideró oportuno en aquel momento, no tanto por si las moscas, como por las ganas, dar cuerda al enorme reloj despertador, que con tétrico armamento de tic-tac y segundero, déspota y con paso desigual, presidía la mesa camilla, tan pegada al cabecero de la cama que daba abrigo y hogar a toda la habitación…
  ...Sin rituales de retrete, ni agua, ni oración…se tumbó acelerado sobre la colcha, disfrutó hondo y con ojos al descubierto, se dispuso como algunas noches a repasar, meticuloso y al detalle, la agenda del dia siguiente:
Sabado, día del orgullo gay…
  Segismundo ni pestañeó cuando a las siete en punto, Merceditas de un manotazo estrellaba el despertador contra el suelo…el dictador vencido yacía muerto, destrozado en ciento de instantes que saltaron esparcido por vértices y rincones para que se parara el tiempo en el infinito de su alma…por que Segismundo, aunque raro y diferente, nunca había sido tan libre, nunca sería tan feliz…

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