viernes, 24 de agosto de 2012

Instrucciones para contar ovejas


    Isidoro Miau era consciente del significado de su nombre y aunque estaba harto de tener que dar a menudo una ligera explicación, se había acostumbrado de tal forma a convivir con él,  que incluso a veces olvidaba el origen, y eso si que era difícil… ya que el mismo día que Isidoro nació, un 15 de Febrero de 1975, a las 15 y 25…cinco minutos antes que su lloro de recién nacido inundara toda la casa, Isidoro, el gato de la familia, no había despertado, ni despertaría nunca jamás de su siesta habitual después de zamparse un manjar exquisito de sardinas en escabeche y carne con bacalao…

   La saga de los Miau, habitaban un caserío de dimensiones irrisorias para su abolengo aristocrático, eso sí, venido a menos, pero en conocimiento del despilfarro de la fortuna en tierras caribeñas de los antepasados más golfos y derrochadores, los actuales herederos más honrados y humildes, se conformaron con el titulo degradado de burgueses de provincias, y un patrimonio escaso y esquilmado, que el abuelo de Isidoro Miau, había sabido conservar y estirar lo justo y necesario para ganarse el pan y el respeto, en una sociedad de posguerra más preocupada por sobrevivir al miedo y al hambre, que en fijarse y en juzgar a los insólitos vecinos llegados desde el norte con lo puesto, para instalarse en las afueras de la ciudad en aquella desvencijada casona, abandonada y deshabitada desde la guerra y que sirvió en los compases finales de esta, de cuartel de paso a las tropas franquistas…
   Isidoro se sabía de memoria la historia del después, el papeleo largo y pesado para reclamar lo que les correspondía por ley, la complicada y enfermiza adaptación de su abuela al clima seco y el esfuerzo de su padre, apenas un renacuajo de meses, por educarse en el convencimiento del deber, la dignidad,  y el ahorro…también aprendió, que remedio, como su abuelo, ya viudo, había encontrado un atardecer de otoño, aquel cachorrillo, en uno de sus paseos por la alameda que llevaba con paciencia y zancada rauda hasta el pueblo de al lado…podía describir al dedillo como el animal, casi muerto, había sobrevivido gracias al calor de las manos de su abuelo que tan deprisa como le permitían sus tortuosas piernas, volvió al caserío para reanimar a base de leche y miga al escuálido gatito…un sinfín de arrumacos y ronroneos extras, y el felino se alzó en rey de la casa, relegando de predilecto a pródigo al padre de Isidoro, un chaval que cumplía los doce precisamente cuando su padre decidió que el minino se llamaría Isidoro, como su bisabuelo, y que ocuparía por gusto y antojo, el lugar más tierno de su corazón…empujando así al muchacho a ser victima, en la obligación, de un orden disciplinario casi militar, y en el resentimiento, de los celos, pues era inevitable que gato y crío fuesen ya enemigos íntimos…
   Isidoro Miau había aceptado no sin cierta resignación, la importancia que llamarse así tenía para su abuelo, agonizante en su lecho, tan solo unas horas antes de que su ser más querido, peludo y de ojos verdes, entrase en el sueño eterno...pero acató sin rechistar con el uso de razón que firmar Isidoro Miau respondía a una exigencia del anciano en su testamento…si su padre recibía el legado de pasado y presente del árbol genealógico, reliquias, consecuencias y el tesoro más preciado…el lugar donde vivían y sus circunstancias, debería bautizar al primer hijo varón con la entrañable honra tocaya de su micifuz…
   Así es que el padre de Isidoro no dio otra opción a su esposa que con santoral y calendario a cuestas se pasaba las tardes relatando por que a ningún mártir le quedaba bien el apellido Miau…aunque a veces en el tu a tu entre sabanas, los padres de Isidoro imaginaban cuanto desasosiego y sufrimiento se habrían evitado de ser niña la que daba pataditas…
   A pesar de estos antecedentes, el bueno de Isidoro Miau creció sin problemas y feliz en un entorno protector y cariñoso  por que aunque bien es verdad que sus recuerdos van ligados irremediablemente al animalucho que amargó la infancia de su padre y marcó para siempre sus destinos…sencillamente, el odio y la repulsa profesados por su padre hacía el cachorro al principio, con el roce y las gatadas mutuas, les convirtió en cómplices inseparables y con el fluir de los años nadie habría distinguido quien era el más mimoso, el más travieso, el humano o el salvaje…
   Con la desaparición del abuelo y la mascota, al padre de Isidoro le pertenecía el honor de evocar en las sobremesas de los domingos lo que a Isidoro Miau le hacía más gracia y adornaba de auténtico empaque las ya demasiado exageradas distinciones de un simple animal de compañía elevado a la categoría de gurú existencial…pues existía la leyenda, arrastrada por la huella de los siglos y alguna que otra borrachera eructada de generación en generación, de que la rama nórdica del clan estaba emparentada con los descendientes de una tribu que adoraba a una diosa mitad mujer, mitad gata…no hace falta ni siquiera intuir que los gatos campaban a sus anchas por donde prefirieran, y más que sagrados, eran amos, por instinto, no por ambición, de caza, mantas y aljibes, y hasta de la voluntad de los menos fanáticos que creían a pies juntillas que cuando un semi-dios subía, como no, al cielo estrellado, su espíritu se reencarnaba en el primer cuerpo vacío, es decir, que cualquier criatura  acabada de venir al mundo servía de recipiente para albergar, por supuesto con sumo prestigio, virtudes y defectos del gato a desaparecer y, como no, su biografía, pues consideraban que tanta coincidencia no podía ser un mero capricho…llegados a este punto del relato, la madre de Isidoro, asentía con devota fe, hincando la barbilla en el pecho,  y aseguraba que algo había de cierto en eso de las transferencias de almas por que Isidoro Miau de pequeño, de adolescente, con veinticinco y ahora con treinta y seis se había pasado y se pasaba dieciséis horas de las veinticuatro o soñoliento, o durmiendo…entre otras peculiaridades que más valía dejar estar…
   No sin temor y recelo, Isidoro se había independizado al cumplir los treinta…la excusa del delicado corazón de su madre y la degenerada artritis genética de su padre no fue suficiente para que estos le animaran a tener vida propia, y con poca ilusión y menos pertenencias, se trasladó a un apartamento de dos habitaciones en el centro de la ciudad, cerca de su trabajo en el ayuntamiento, conseguido sin enchufe y por oposición oficial, y a veinte minutos con semáforos, de la necesidad o el socorro de sus padres…
   Desde entonces, su carácter y sus manías se fueron definiendo con lentos detalles, pero desde hacía unas semanas, la acelerada transformación de su trato y humor, y hasta de su anatomía, llegó a tal extremo que ninguno de sus leales amigos, todavía de la estupenda pandilla del colegio, ni el más audaz y atrevido, tuvo valor para reprocharle su comportamiento, a partes iguales entre estupido y extraño…tenía que ser su madre, aunque echando bota y merienda quien el domingo de resurrección, empachada y aburrida de tanto cambio, le cantó las cuarenta: “tú estás enamorado”…
   Últimamente Isidoro, que tampoco se comprendía en esta fase, andaba despistado con lo que le estaba sucediendo…comenzó a mosquearse aquella mañana que la nueva compañera del departamento de contabilidad tomaba cargo de su puesto en la oficina…al verla, sintió como se le erizaba la piel, y unos desgarros dolorosos en la yema de los dedos, resquebrajaban desde la raíz de su médula hasta el jirón en la punta del hueso, como si otras uñas se pelearan por salir, notó con cierto pudor como el bigote se desarrollaba con infinitos tirones, y la urgencia de restregarse entre las piernas de la joven le empezó a molestar en la cremallera del pantalón…pero poco que ver este laberinto cuando curiosamente la administrativa, presentándose como Lola Marramamiau, se acercó a él con interesante sorpresa y saludándole con un guiño le susurró en la solapa: “¿nos conocemos?”…
   A partir de aquel inesperado encuentro, el discurrir de su existencia era un cúmulo de aventuras y despropósitos entre él y su irreconocible identidad que le dejaban extenuado y presa fácil de las rabietas y el enojo…pero posiblemente de todas las alteraciones tanto interiores de su personalidad como exteriores de su persona, la que más le fastidiaba era el insomnio…había hecho acto de presencia así como el que no quiere la cosa, casi sin darse cuenta…y noche tras noche abrazado a la almohada y dando una vuelta tras otra con las pupilas dilatadas y de par en par…desgranaba pensamientos y palabras dichas, buscando una causa para justificar la locura del avatar con el que se había confundido, y para llegar siempre en el adiós efímero de la luna, a la misma conclusión…algo en el inventario de su reminiscencia se había dado a la fuga…se levantaba más cansado que se acostaba, y aunque desmejorado físicamente, era el desaliño de su aspecto el que infundía resquemor e incomodidad en el despacho…luego al aparecer Lola Marramamiau, ya ni su fuerza de voluntad, inquebrantable hasta hacía unas fechas, se escaqueaba al lío enmadejado de su entendimiento…ni al latir del corazón, ni al pulso de las venas, ni a las elucubraciones de su cerebro…e intentando descubrir la incógnita descolocada de semejante rompecabezas, Isidoro se dejó llevar por el impulso de sus emociones y valiente aquel viernes de junio no resistió la tentación, y echó el resto…
   Se había roto la mente interrogando a sus sensaciones cuando Lola entraba en escena, en su afán por saber que era distinto en ella a otros ejemplos del género femenino, que gozaron de placer dulce pero padecieron colchón duro con él…y fue el
Pálpito de la duda, producido por un maullido lejano, irrumpiendo su eco por la ventana, el que despertó la brisa de sus sentidos y la ocurrencia de su intelecto en aquel instante…
—¿Quieres cenar conmigo?...—le preguntó sin arte, ni mañas,  aprovechando la oportunidad brindada por la máquina de la coca-cola…
    Con las vacaciones en el horizonte, la relación con Lola Marramamiau parecía que iba en serio, sin prisa pero sin pausa se iba consolidando el asumido enamoramiento y su renovada disposición a ser mejor que el de antes...pero una voz en off a la que solo él prestaba oídos, le repetía constante que debía experimentar y arriesgar en el imposible camino de no haber vuelta atrás, por que en la modificación de Isidoro el ingenio y la astucia también tenían cabida y le enseñaron a disimular y fingir cuando los remordimientos o los disparates, salían a flote con sus padres o en grupo…
   Así es que matizado Agosto en un tono de normalidad, la inquietud permanente de Isidoro cruzó al segundo plano y aunque sin poder roncar como Dios manda…se había establecido una suerte de pacto que le permitía seguir adelante suavizando, a ratos, sus malas contestaciones, los conatos de ira controlados con anestesia de Okal, y descartando sus ingratos desplantes con encogimiento de hombros…
    El sábado que precedía la quincena rutinaria de dividirse entre
las montañas con los amigos y la playa con los padres…Isidoro estaba nervioso y agitado, Lola le había invitado a la hacienda de los Marramamiau y un tufillo regalado por un viento fresco, le hacía cosquillas tiranas maquillando su semblante de rasgos intranquilos y agudizando su atención en un arrebato impaciente…
   Llegado el momento clave, desde la entrada del jardín hasta las tejas pintadas de rojo, le sonaba hasta el ambiente…y no digamos cuando se sentó a una mesa de sabrosos entrantes marinos y una merluza en salsa verde que no se la saltaba un gitano, cuando percibiendo la mirada fija de los padres de Lola diseccionándole, se apoderó de él una entrecortada angustia que le sugería sibilina y ansiosa que ya había estado allí…
   La conversación transcurrió correcta y educada, sin aspavientos sobreactuados, ni falsas confianzas…pero a los postres, la punzada en el estomago casi le hizo vomitar al contemplar el espectáculo azucarado y goloso de tartas, flanes y helados…en su disfrute estaba embelesado cuando el padre de Lola empezó a contar lo que supuso era una quimera…pero al fluir de las palabras Isidoro entró en trance…reaccionó de su devaneo con el inconsciente, en el punto y coma exacto que la narración de su futuro suegro copiaba la tantas veces recitada por su padre las fiestas de guardar en la sobremesa, pero para asombro de Isidoro Miau…donde su padre, ponía el punto y final decentemente…aquel hombre de gesto elegante, expresión tibia y acogedor en la voz, reanudó con puntos suspensivos la fábula…
   ¿Carambola de la fatalidad o casualidad provocada que Lola Marramamiau también estuviese allegada de alguna manera a la famosa comunidad de los gatos?…¿o lo contrario?...
   …Continua la leyenda…una vez que los gatos dados de baja en la densa población, se dieran otra vez de alta con la inocente respiración de los infantes angelitos, estos quedaban tatuados con el estigma del privilegio y perseguidos por un aura invisible y secreto, como combinación misteriosa de un enigmático código, no descifrado,  de atemporalidad espacial…y además de innatas las cualidades gatunas, debían obedecer ciertas normas según fuesen madurando…así como anécdota, no sería conveniente compartir hogar con otros animales domésticos por si acaso surgían conflictos de intereses entre especies, o impedir en lo posible actividades que tuvieran que ver con el agua…
   Isidoro no daba crédito…cuando quiso tener un perro, sus padres se oponían con la negación firme y enérgica de, según ellos, prevenir una tragedia…cuando tenía que ducharse o lavarse la cara, lo hacía a la carrera, su madre contaba los segundos hasta 360…y ese habito arraigo en Isidoro tal que ni siquiera en remojo en el mar o la piscina, daba más coba a las agujas…
   …Aún con el bamboleo de esos flecos en su nostalgia y saboreando un trozo de leche frita…escuchó:
“…vagaran errantes por el universo de los sentimientos, hasta que
con la señal del fuego en el deseo más ardiente, atraigan las entrañas de un gemelo que, sellando el vinculo, arranque disfraz y careta, para reivindicar unidos el entusiasmo de tropezar con el hado entre millones, se liberen al amor y puedan ser ellos mismos…”
  Isidoro Miau se atragantó, ahí estaba la pieza perdida del puzzle y mientras le agasajaban con vasos de zumo y golpes en la espalda, Isidoro se concentraba en el juego del escondite y en los condimentos ocultos de otro dialogo:
—…tendremos que decírselo algún día
—…no hará falta mujer…Isidoro es un buen chico, listo y echao p alante…ya verás como es mejor así…
—…yo creo que habría que avisarle…
—…¿para qué?...para precipitar y condicionar los acontecimientos…déjale…que lo averigüe cuando tenga que ser…
  Aquella madrugada, Isidoro y Lola se aparearon, contenidos y llenos, como dos novatos…invadidos de una lujuria desatada, se entregaron en aquel acto feroz de pasión como esclavos del azar para rebelarse y permanecer como sus dueños al dictado de un porvenir que les pertenecía…y entre caricias y besos conmovedores y melosos, fueron deshaciéndose de prejuicios, tabúes y reglas y cuando el espejo les devolvió el reflejo de su mirada con el brillo más intenso y esperanzador del color de las olas …un siamés oscuro de estampa perfecta y una persa tortuga, de melena tricolor y porte divino, relamieron sus sombras, y al toque del silencio escapaban a la nada de donde habían venido…
  Isidoro Miau secó las lágrimas profundas y sofocadas de Lola Marramamiau, frágil, sensible, trémula…y la envolvió en su abrazo callado, de algodón, hasta que una calma amable asoló el ímpetu vencido de las ganas, y con un suspiro de agradecimiento ante tanta generosidad, se quedaba muda y quieta…Isidoro, con una sonrisa de triunfo mostró a su vista la evidencia de su imagen desnuda, y se deleitó reconociendo los limites, desdibujados en la broma del pretérito, de su tamaño y envergadura, sumiso al catalogo un tanto empolvado de las facciones de su rostro, tan grandes como simétricas, encantadoras y complacientes, palpó el flequillo rubio, desordenado y embaucador como un torbellino melancólico, y acabó la inspección con el examen y registro de su torso mullido y gentil salpicado de humedad por gotas de sudor y llanto…luego, se mojó los labios en el desafío al rencor de su fantasía y con el ridículo reposado y la perspicacia en blanco, se quedó por fin dormido…ya no utilizaría nunca jamás el libro recomendado con sorna y que recorrió inútil los rincones y las esquinas de la cama, con un puñado de instrucciones para contar ovejas…tan esquivas como burlonas…

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