viernes, 24 de agosto de 2012

Robinson Crusoe o eso creo


   Juan era marinero de espíritu pero de tierra, la mar como le gustaba nombrarla orgulloso, no tanto por admiración y respeto como enamorado en la eternidad de un amor más que imposible, le provocaba sin remedio vértigos y nauseas, obligándole a arrastrar desde la cuna la sombra de una pena cobarde que le impedía por más que lo intentaba, abandonarse en los brazos mojados de espuma y ola…así, envuelto en la vergüenza de una estirpe arraigada a la arena y la sal que le echó de casa siendo un crío, navegaba en el basurero del muelle entre redes rotas y esqueletos de peces muertos.
   Aquella noche de abril, doblada la mayoría de edad, salió de su agujero de lata y olvido a pedir tabaco a la cantina,
donde sus compañeros de ron triste y carcajadas, que no de fatigas ni embarque, celebraban por fin la travesía transatlántica al amanecer en el mercante “Luarca”, hacia las antiguas Indias de Colón.
Juan se entretuvo más de lo necesario para su salud mental con las conversaciones que hablaban de asaltos piratas, tierras desconocidas y tesoros ocultos y por primera vez sintió que el deseo de entregarse a los misterios del océano de su corazón era más fuerte que el miedo de su estómago y el pánico a la profundidad del infinito azul, y sin pensárselo dos veces se dejó llevar por la dulce y emotiva ilusión de flotar en una quimera, y desafiando su trémulo secreto, bien sabido hazmerreír, se decidió…
   Juan, marinero de secano y por imaginación, regresó a puerto y amarró el alma y el milagro en el noray, un mes de agosto, cinco años después de aquella mágica borrachera…apenas si recordaba la tormenta del tercer día, el desastre del “Luarca” y el naufragio de su cuerpo, no de su cerebro, a la deriva casi una semana, agarrado a dos tablas manchadas de sueños truncados, de lo que sucedió entonces poco habla…ni de una isla verde, ni de la soledad tendida al sol y a la luna, ni del rescate desesperado cuando ya no tenía ni idea de como se llamaba…
   Ahora por Juan ya no responde…conserva la barba y algunos harapos de la aventura, y la compañía inesperada de un perro viejo al que llama Viernes cuando mendiga cariño y limosna entre barcos carcomidos por el tiempo, varados en la nada, y si alguien pregunta, al compás de unas monedas y al calor de una sonrisa, le cuenta la historia de su verdadero nombre y que empieza…”Yo Robinson Crusoe o eso creo…”



                                                                               

1 comentario: