...Y como cada mañana volvió a suplicarme
desde el fondo del armario, no tenía hebilla que deslumbrara, ni cordones que
peinar, pero su sonrisa triste me convirtió en cómplice de su piel sin
suela...Vivió escondido y protegido por el betún de mi cariño hasta aquel día de
abril, ¡dichosa mudanza!...
Solo, desde hacía años el zapato rubio se
había acostumbrado a compartir su estancia con los huéspedes variopintos que
desde recién llegados dejaban claro su pronta solicitud y saludable disposición
a la enemistad, con el que consideraban viejo testigo de mis preferencias.
...Y como cada mañana, volví a suplicarle
desde el fondo de la habitación, no hubo lágrimas que secar, ni palabras altas,
pero su carcajada humillante me convirtió en la mejor amiga del cuero de su
cinturón.
Viví atemorizada y vacía por la impotencia y
el sin sentido hasta aquel día de abril, ¡dichosa mudanza!...
Sola, desde hacía años, mi razón descalza se
acostumbró a compartir lecho con las amantes variopintas que desde recién
llegadas, dejaban claro, primero risa y después lástima a la sombra de una
mujer vestigio caduco de sus ganas...
...Y como cada mañana, arrastro los ojos por
el suelo, buscando el guiño de una huella, el gesto amable de una pisada que me
devuelva el color sin marcas, el calor sin trampa de un día de abril, ¡dichosa
mudanza!...
No hay comentarios:
Publicar un comentario