viernes, 16 de noviembre de 2012

Abril


   ...Y como cada mañana volvió a suplicarme desde el fondo del armario, no tenía hebilla que deslumbrara, ni cordones que peinar, pero su sonrisa triste me convirtió en cómplice de su piel sin suela...Vivió escondido y protegido por el betún de mi cariño hasta aquel día de abril, ¡dichosa mudanza!...
   Solo, desde hacía años el zapato rubio se había acostumbrado a compartir su estancia con los huéspedes variopintos que desde recién llegados dejaban claro su pronta solicitud y saludable disposición a la enemistad, con el que consideraban viejo testigo de mis preferencias.

   ...Y como cada mañana, volví a suplicarle desde el fondo de la habitación, no hubo lágrimas que secar, ni palabras altas, pero su carcajada humillante me convirtió en la mejor amiga del cuero de su cinturón.
   Viví atemorizada y vacía por la impotencia y el sin sentido hasta aquel día de abril, ¡dichosa mudanza!...
   Sola, desde hacía años, mi razón descalza se acostumbró a compartir lecho con las amantes variopintas que desde recién llegadas, dejaban claro, primero risa y después lástima a la sombra de una mujer vestigio caduco de sus ganas...
   ...Y como cada mañana, arrastro los ojos por el suelo, buscando el guiño de una huella, el gesto amable de una pisada que me devuelva el color sin marcas, el calor sin trampa de un día de abril, ¡dichosa mudanza!...

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