El
día veintitrés de noviembre, a las nueve y cuarenta y cinco de una mañana de
invierno afilado, Adolfo se olvidó de Dios. A decir verdad, dejó de creer en él
la tarde anterior, cuando a la sombra de una ventana triste de hospital,
lloraba como el sol, lágrimas nubladas...cinco minutos antes, el débil corazón
de Sole, su mujer, su amor, mucho más que su compañera, se había cansado de
latir...
Pero como todos los días y a pesar de la
noche en duelo, fue a su iglesia y se sentó en el mismo banco...Adolfo tenía
muchos defectos pero era muy educado, y quiso despedirse, en silencio eso
sí...y al final de la misa, y sin ningún reproche en el pecho, había hecho la
señal de la cruz por última vez...
Ya en
la calle, saludó amablemente a todo el mundo, como siempre, y un poco más
taciturno que de costumbre, tomó el café solo y largo en el bar de la
esquina...Cansino, había montado en el coche, con una mueca que quiso ser una
excusa, lo puso en marcha pensando en el mes de mayo próximo y la comunión de
sus nietos, los gemelos, iba a parecer mentira...¡si Sole les viese!, él
esperando fuera, junto a la cruz, como tanto otros, “como un ateo” diría
ella...y seguro, si pudiera, le agarraría de los pelos y le haría ponerse de
rodillas ante don Marcial para pedir perdón...Pero sí algo tenía claro era eso,
no volvería a pisar un templo sagrado, estando vivo, por que cuando estuviese
muerto sus hijos ya verían...en cualquier caso él ya no podría enterarse...
Respiró hondo y se alivió perdiendo sus ojos
en un horizonte de tráfico atascado. Miró el reloj y se dio interiormente unas
palmadas en el hombro...en realidad él no tenía nada en contra de Dios, es
más, creía ciegamente que podrían ser buenos amigos, aunque un poco más
adelante cuando el Supremo le aclarase alguna dudas y discutiesen largo y
tendido sobre lo que estaba sucediendo...Tampoco era problema don Marcial, era
un buen párroco, y un buen hombre, de tanto años en el barrio para los vecinos
era como de la familia, y más de una vez le había invitado a un chato de
vino...ya tendría tiempo de hablar con él cuando le echase de menos.
Fastidiado, se miraba de reojo en el espejo
retrovisor, se reconoció inesperadamente distinto. Las ojeras y el mal afeitado
le hacían más viejo por fuera, por dentro la pena y la impotencia le arrugaban
el alma...¿Y qué podía hacer él?...todo había sido un cúmulo de circunstancias,
era la única forma de justificar el que de repente sintiese que el contenido de
su vida, como el significado de estar atrapado en esa carretera, se reducía a
una inútil pérdida de tiempo, a un absurdo...Cuando Sole, sin quejarse, y por
casualidad había enfermado en primavera, tuvo conciencia por primera vez, que
el destino pertenece a uno mismo, y que no hay que dejarlo en manos de otros,
por mucho que durante cuarenta y nueve años estuviese convencido de lo
contrario...No por ese descubrimiento había perdido la fe, más creyente y
sumiso que nunca, habló muy claro con Dios la tarde de Agosto que el médico les
confirmó a él y a sus hijos, que Sole no se pondría bien, el cáncer estaba tan
avanzado, ya no tenía hígado, era cuestión de meses.
Aquella tarde pegajosa, estuvo más de dos
horas en la iglesia...no buscaba un culpable a la injusticia de la que se creía
víctima, pero si respuestas a tantas preguntas que acumuladas durante años, en
perenne letargo, durmiesen y exigentes, despertaran todas a la vez...
Adolfo tenía buena memoria, recordaba con
nitidez detalles de su infancia, que hubieran pasado desapercibidos, si no
fuera por ese empeño suyo, y que aún conservaba, por perfeccionar hasta las
cosas más imposibles...Así, después de hacer la Primera Comunión , los domingos
en misa de doce, contaba los minutos observando los gestos de aburrimiento, las
miradas vacías y huecas, los roces pecaminosos y hasta el cuchicheo traicionero de los más fieles y beatos...Y en el colegio, hasta que a los
catorce se puso a trabajar de botones en la Caja de Ahorros, donde posiblemente se jubilaría,
pasaba los meses espiando a los curas, sobre todo a los que llevaban sotana y
hacían visitas sospechosas a las feligresas cuando el marido no estaba...Y en
su casa, cada día veía y sufría como su padre llegaba borracho de la tasca,
pegaba a su madre sin razón, y a él y a sus hermanos les obligaba a rezar antes
de meterse en la cama, con el cinturón en la mano...
Llegó pues a la perfecta pero equivocada
conclusión, que sólo los que eran como ellos, es decir, cristianos, católicos,
apostólicos y romanos, podían hacer lo que hacían con permiso del Todopoderoso,
si bien ya no se preocupó de analizar o modificar con la experiencia, la
explicación que necesitaba, si quiso y se propuso ser mejor practicante que los
conocidos...Por eso, cuando empezó a ganar unos duros más como chico de los
recados con corbatín, aprovechó las reuniones parroquiales de los viernes y se
atrevió a tontear, inocentemente, con la chica de sus sueños, ella le había
seguido la corriente y sin darse cuenta firmaron seis años de noviazgo formal,
y se casaron allá a mediados de los sesenta. Le subieron de categoría, la
nómina y hasta se compró un seiscientos. Ella fue virgen al matrimonio, como
debía ser, por respeto y por que los calentones propios de la edad, los mojaba
en agua fría, nunca se había masturbado, aunque los amigos y compañeros
insistieran que no se quedaban ciegos...
Los hijos fueron llegando, y Sole y él
aceptaban de buen ánimo el momento inoportuno o que no vinieran con un pan bajo
el brazo, como estaban hartos de oír...Como recompensa, algunas excursiones
milagrosas a Fátima y a Lourdes, y su máxima ilusión, ahorrar como pudiesen
para ir a Roma a ver al Papa...
Se le escapó una lágrima cuando abatido
asumió que ya no iría, y volvió a mirar el reloj, aún tenía unas cuantas horas
por delante hasta las cinco que era el entierro, pero seguía allí metido, sin
salida...y le entró pánico, y tembló de miedo ante la idea de no poderse
despedir a solas de su esposa, el centro de su universo...Y es que la amó tanto...no
se había considerado nunca un hombre atractivo, pero a lo largo de su
trayectoria en la Caja
de Ahorros, alguna clienta le había tirado los tejos, y en unas cuantas
despedidas de soltero, había terminado de madrugada en un club de alterne, pero
no le había engañado físicamente, quizás unas pocas veces con el pensamiento, y
cuando después de haber discutido, se le subía la sangre a la cabeza y antes
del típico “lo siento”, se arrepentía de no haber hablado con ella lo
suficiente, o juntos, disfrutar de los planes para una luna de miel, o incluso,
por qué no, compartir sus fantasías...fantasías, las de él, muy normales, le
decían...Y de esto le sermoneó a Dios, una tarde cruel y despiadada que
prometió su más eterna devoción y su flagelo con pies descalzos en Semana
Santa, si Sole se curaba...y había confesado tímidamente, en alto y a las
alturas, a través de don Marcial, que era lo que menos soportaba, su envidia un
tanto insana hacía su cuñado Luis, que vivía como un maharajá, sin hacer nada,
con un primor de mujer que se desvivía por él y por sus cuatro hijos, sin
merecerlo, mientras renegando de la jaula, como llamaba al matrimonio, gastaba
fortunas que endeudaba, en alcohol, barajas y prostitutas...Que suerte, familia
perfecta y casi sin querer...y él, pobre desgraciado, sin un capricho que calme
el orgullo, nunca llegaba a final de mes, y de ocho hijos, sólo sabía de
tres...y del que descansaba en el cementerio...Allí mismo, clavado de rodillas,
lloró la muerte del segundo, de Pablo, un otoño manchado de rojo por el pinchazo
soez de una jeringuilla...
Pero a pesar de tanta entrega, Dios no le
había contestado, y aunque dicen que aprieta pero no ahoga, dejó de apretar
cuando Sole ya estaba muerta...
Inmerso en su metamorfosis, pero consciente,
aparcó el coche por fin, seguro de que sus hijos le echarían la bronca, pero ya
nada le importaba...sólo quería hablar con Sole, era la única que le entendería
desde su ternura y más allá de su propio misterio...Se encerró en la pequeña
habitación que los tanatorios dedican al reposo del fallecido entre flores
obligadas que acompañan...y bajó la persiana para que nadie usurpara su
intimidad...¡Sole amor mío!...
El entierro fue igual que muchos otros a los
que había asistido, como un autómata no supo distinguir bien en el dolor, a
quien enterraba en la nostalgia, agotado y casi sin conocimiento, aguantó los pésames
de caras distorsionadas y voces extrañas, e ignoró los lamentos tardíos de sus
hijos cuando llegaron a casa...Pero él ya no era persona, volátil, ausente y
casi invisible, se retiró a su habitación hasta que el silencio y la oscuridad
le acunaron en una pesadilla tan profunda como corta...
Se levantó fresco como una lechuga,
mecánicamente se aseó y desayunó deprisa, entonces lento, registró rincones
escondidos y rescató del polvo de su historia, fotos amarillas y secretos
gastados, que guardó en una caja...Hizo concienzudo las maletas con lo
imprescindible, y con todos los sentimientos intactos, se marchó melancólico,
sin mirar atrás...Fue el primero en llegar a su puesto de trabajo, zanjó deudas
cotidianas y cerró la cuenta dejándola a cero...a la hora de la comida, en la
agencia de viajes de la calle de al lado, le vendieron con sorpresa un
billete hacía rumbo desconocido...
Ni en el barrio, ni en su trabajo le echaron
de menos después de unas semanas, ninguno de sus hijos le había comprendido en
el gesto de su ausencia, ninguno egoísta, le perdonó que no volviese...pero
cada veintitrés de noviembre, estuviera donde estuviere, el cielo le lanzaba un
guiño, qué él interpretaba como una sonrisa cómplice y confundía al gritar, el
nombre...¡gracias Sole!...por que aún ya más sereno y sin una pizca de rencor,
había tramitado en un impulso de ira y vértigo al borde de las nubes, el pasado
y futuro de Dios...no tenía por qué nombrarlo en vano...
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