Hubiera querido que el agua le mojase salpicando su cara y sus manos, aunque el frío le estaba quebrando los huesos...no se
acordaba de nada, un persuasivo dolor de cabeza y sangre en sus zapatos...
Hubiera querido no estar solo, quieto, mirando fijamente los ojos tristes de Neptuno, convertido en piedra cuando el invierno le despojó de su reino marino...
y
ella diciendo y repitiendo, que esos celos y tanto alcohol, iban a acabar con
él...alrededor de una plaza seca, tan helada como la ciudad que le estaba
ignorando, inerte, quieta...
Hubiera querido recordar cómo era todo ayer
mismo, cuando las plazas y sus fuentes vivían ajenas al tiempo, cuando el ruido
se podía comparar con el silencio, y no había necesidad de ahogar ese grito que
le quemaba la garganta... ella suplicó para que no se fuese, luego la noche le
sorprendió conduciendo sin rumbo y con una botella de ron barato en el
bolsillo...
Pero ella no estaba, la había buscado todo
el día como un loco con la razón desconcertada y confundida, no estaba en el
minúsculo piso donde él la amó de madrugada
... y es qué últimamente discutían sin saber por qué, pero
ella no tenía la culpa de sus arrebatos, por eso prefería marcharse aunque la
dejase con la letra en la boca, y beber hasta que siempre en el mismo trago
recobraba la lucidez retardada, y el sentido de la realidad tomaba forma de
mujer, entonces, volvía al microscópico apartamento...ahora sin ella, él no
cabría...
Recorrió calles, amigos, bares y tiendas,
que aunque sólo una vez, hubieran olido a ella, pero no la encontraba, tampoco aquí,
en su fuente de mar, el refugio de amor que él le había regalado otra tarde
cuando como hoy, anochecía...él había vuelto arrepentido, ella estaba aún
despierta, no dijo nada y le besó dulcemente, su pelo rubio y cansado cerró sus
parpados y se dejó hacer...al despertar, su cuerpo no le abrazaba como tantas mañanas, la llamó hasta que se quedó sin voz, vistiéndose desesperado con la misma ropa sucia que enrabietaba su lágrimas...
Hubiera querido reconocerse en el espejo
azul del Dios del océano, que en primavera le devolvía la imagen de hombre tranquilo
y afable...y ella insistía tanto, de hombre amante, comprensivo y tierno...Pero
su mujer había cambiado o eso es lo que él se empeñaba en creer, no soportaba
la idea de compartir sus miradas, sus palabras, sus caricias...
Se acercó al mármol congelado en gris y
rescató el bulto dudoso que estaba rompiendo desde hacía rato la armonía de su
pensamiento...hubiese querido acordarse de algo, de cómo apuñalaba su cuerpo
desnudo mientras susurraba su nombre ya tan indefenso, de cómo la envolvía en
una manta húmeda en sudor y babas, de cómo la había dejado al cuidado del
tridente poderoso hasta que viniese a compartir con ella la soledad de enero...
Entonces abrazó impotente aquel fardo frío y
desfigurado que ya eternamente le pertenecía a él...
Hubiera querido...pero no se acordaba de
nada...un ligero dolor de cabeza, las huellas rojas de sus zapatos...
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