Al estanque se le ha muerto
Al
estanque se le he muerto
hoy una niña de agua
está fuera del estanque
sobre el suelo amortajada
De la cabeza a sus muslos
un pez la cruza, llamándola.
El viento le dice “niña”,
más no puede despertarla.
El estanque tiene suelta
su cabellera de algas
y al aire sus grises tetas
estremecidas de ranas.
Dios te salve, rezaremos
a nuestra señora de agua
por la niña del estanque
muerta bajo las manzanas.
Yo luego pondré a su lado
dos pequeñas calabazas
para que se tenga a flote
¡ay! Sobre la mar salada
Federico Garcia Lorca
Residencia de estudiantes
1923
...”Tres eran tres las hijas de...” canta mi
abuela con su tristeza rancia, arrastrando entre sílabas la insoportable
amargura, que enseña a odiarnos sin remedio...y es en esta última tarde de
otoño, réplica exacta de aquella otra hace tres años, que acerco de nuevo mi
alma a la ventana, para verlas jugar rencorosas junto al estanque...y como cada día
lloro de rabia por no poder compartir sus risas, aunque sean mentira, y de envidia, por no correr tras ellas entre lluvia de hojas y flores, aunque sean secas...
“Tres eran tres...”, el eco de una pena ya
añeja recorre fugaz la sala donde mi abuela teje sin parar, y sube las
escaleras deprisa hasta invadir mi estancia, y se oculta en la injusta
frustración de pasar siempre inadvertida...
Mañana es el cumpleaños de Clara, once,
quizás me permitan bajar a merendar con ellas, pero si me preguntan, qué les
diré...
La noche amenaza miedo, y las veo esconderse
tras sus propias sombras, a lo lejos parecen tan ingenuas, tan felices que me
cuesta recordar como era todo antes de aquel estupido accidente, Isabel apenas
andaba y Clara y yo veníamos a esta finca con papá algunas veces...
“Tres eran tres...”la eterna melodía que
delata entre dientes que mi abuela nunca perdonó a mi madre, ni después de
muerta, que su hijo también a la otra vida se fuera con ella, música traidora
de sus obligaciones, por qué nunca nos dará el cariño que con su indiferencia,
nos roba del recuerdo a fuerza de palizas y gritos...
La luna se refleja con traje de seda y el
estanque se ilumina cuando baila en brazos de las estrellas, entonces...
Isabel reclama a Clara su pelota y la empuja
enfurecida, Clara ha caído al agua, y por un momento se me olvida que aún no
hemos aprendido a nadar.
Isabel
no parece asustada, no se mueve, sujeta egoísta su pelota, y por primera vez me
lanza una mirada que quiere ser inocente, pero está tan vacía, tan helada...y
mi abuela tararea, victima de su impotencia, ajena a cualquier destino...una
brisa fría roza mi espalda mientras distante soy cómplice de la agonía a
silencio lento...
Y atada a mi silla de ruedas, giro y giro en
el inválido espacio de mi corazón, acallando con su latido el lamento del
tiempo malherido...
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