domingo, 30 de junio de 2013

Café con zanahorias

Supuesto: Dos espacios claros, concretos y distintos. Estados de animo contrarios y
                contrapuestos. El personaje va a caballo de uno y otro.


  


   Supe la hora exacta al coger las llaves...Marilyn Monroe guiñaba un ojo y me sonreía a las diez y diez desde su altar eterno de reloj de pared…llegué cansada, pero con ganas y ánimos suficientes como para preparar las cenas que faltaban, contar el cuento a la pequeña, discutir con la mediana y dedicar algo de atención a las quejas de mi marido, desesperado como todos los lunes por tener que afrontar a solas, meriendas, deberes, baños, y mantener un orden que a priori ya no existía…

   El cuarto de estar era un desastre y la cocina, manga por hombro, me rogaba que urgentemente como mínimo sacara la basura…así es que con el traje de faena y cargada con enormes bolsas de plástico negro y opaco,  que casi me hicieron perder el equilibrio por las escaleras, salí del portal y bordeé por la acera del parking hasta la estrecha puerta que daba acceso peatonal a la urbanización, y entonces…frente a las rejas correderas que dejaban entrar a los vehículos a buscar un aparcamiento escaso de por sí, el coche que hacía apenas una hora me había traído de clase, se encontraba con las luces encendidas y el motor en marcha, en el mismo sitio, que por costumbre ocupaba, mientras mis compañeras y yo charlábamos y nos despedíamos…
   Me quedé parada en seco, con la confusión y la duda adueñándose de mi mente...el modelo y marca, el color plateado, la matricula...incluso las ocupantes y los detalles de alrededor, parecían una copia idéntica de la estampa y escena que se había desarrollado hacía un rato, conmigo como una de las protagonistas y que ahora delante de mis narices se repetía, pero conmigo como simple espectadora...es verdad que no llegaba a definir muy bien ni los rasgos del rostro, ni otras características de esas tres personas que también como nosotras lo habíamos hecho, conversaban gesticulando con el ímpetu acelerado y somero de quien luego se saluda para volver a verse al día siguiente...
   Desde hacía más de un mes, la primera jornada laboral de la semana y debido a un obsoleto programa informático, debíamos compartirla al finalizar, con dos horas de un aburrido y soporífero curso de Métodos y Procedimientos Estructurales, que un profesor al que apenas entendíamos y pagado por la empresa, nos impartía, tan desmotivado y fastidiado como los demás a quienes se nos alteraba la rutina sin tenernos en cuenta y con la necesidad indecisa y titubeando...por que aunque era cierto que la organización del Departamento de Archivos de la editorial donde trabajaba era caótica y dejaba bastante que desear, hubiera bastado con una más barata y práctica inversión en ordenadores nuevos y un cambio en la administración y gestión de tiempos, modos y formas de la dirección, más empeñada en conservar el estilo arcaico y rancio del control agobiante y para cada cosa doblar esfuerzos, que en subsanar y modernizar los errores y la inutilidad de sus añejos recursos y medios...
   Pero enganchados al asombro y la perplejidad se quedaron mis pupilas cuando como si de una limusina se tratara, con el porte elegante de unos zapatos de tacón que yo no reconocía y un vestido con corte de pret a porter, que nunca había colgado de ninguna de mis perchas, una mujer con mi cara y peinada con mi cabello, salía del asiento de atrás como una estrella de cine, tan igual y tan distinta que la cadencia de sus pasos podrían haber sido mis toscos andares si no fuera por la gracia y el garbo que imprimía a los contoneos y las huellas que iba dejando...
   Sin saber que hacer ante aquella contemplación divina en la que mi gemela pasaba de largo sin ni siquiera mirarme, dejé los bultos en el suelo sin importarme el mosqueo de los testigos y decidí seguirla...el camino que llevaba conducía preciso y directo a mi casa, un piso de noventa metros cuadrados construido en los ochenta y qué suplicaba por una reforma...colocada detrás de ella como su sombra invisible, la vi revolver en el bolso de famosa etiqueta, tanteando un indiscreto llavero dorado con la inicial de mi nombre y con incrustaciones de cristal de Swarosky, después abrió el cerrojo con suma confianza y...
   Aquel no era mi hogar...me pellizqué con inquina, parpadeé hasta que saltaron chispas de las pestañas y me eché cabreada la bronca por no haber sido capaz de haber dicho esta boca es mía...ahora ya era demasiado tarde...el vestíbulo de lo que supuse una mansión era tan grande como mi dormitorio, solo la lámpara sobre el recibidor debía costar lo que los muebles de mi comedor entero, alfombras importadas y tejidas con la delicadeza de expertas y dulces manos, probablemente valoradas en el sueldo bruto de quinientas de mis nóminas, dejaban al descubierto trozos de suelo tan relucientes como el brillo de cientos de estrellas efímeras dándose a la fuga...y fue al observar como mi doble se atusaba en un espejo de geometría indeterminada y esculpido en bronce con el sello y rubrica de una obra de arte, cuando comprendí que mi ente había desaparecido y mi recién adquirida identidad fantasmal se convertía en garantía única, al comprobar que la imagen de mi ser no se reflejaba, por más burlas infantiles que se me ocurrieran para diferenciar su evidencia de la mía lejana y absorta...sin embargo una extraña tranquilidad invadió mi angustia y las ansias del razonamiento se quedaron adormiladas al dar prioridad a la idea inteligente de estar soñando, y deducir que mi otro yo y sus circunstancias eran el producto de una fantasía...así es que pretendiendo disfrutar del espontáneo e improvisado panorama que me ofrecía el azar, la intromisión en el mundo del dinero, la distinción y el lujo no podía ser más oportuna y atrevida, aunque debo admitir que por el revuelo en las entrañas y algún destello lúcido y perspicaz, siempre intuí, con los pies en la tierra, la verdad y el amarre a la realidad del momento...
   Alelada, aturdida, alucinada...adjetivos ignorados en mi otra vida de barrio obrero si no  para expresar con muecas de estupor el relativo civismo del vecindario, los descuidados parques o la suciedad y deterioro acumulados por el derecho a no preocuparnos por los lugares comunes...y que en un instante, con revalidado significado y renovadas señas de desconcierto y estupefacción, adornaban el deleite de mi mirada con el espectáculo en letras mayúsculas de lo que en revistas de moda, ajenas a las dimensiones de nuestra humildad, insistían con temas y consejos para una maravillosa decoración interior...y no exagero si digo que el majestuoso salón donde me encontraba cortó mi aliento...yo, la original, transparente y quieta al trasluz de un magnifico ventanal de muro a muro, mientras la luna juguetona y revoltosa dibujaba contra el esmalte de su nácar la silueta perfecta de mi duplicado...y ahí no quedó el asunto, al encender algunos interruptores, disimulados con el tono ocre de la pintura, varios ambientes se iluminaron a los focos estratégicamente dispuestos para su calidez y realce...me llamó poderosamente la atención una esquina despistada que distraía un rincón, naufrago en el azul del océano de las paredes, y que aparte de una colección de láminas sin enmarcar con bocetos de arena, espuma y olas, daba el paso a un jardín, retocado y coquetón, con fronteras infinitas al verde de los cuatro costados...ya ves y yo con cinco tiestos en mi terraza acristalada, mimándolos con agua clara y palabras tiernas como el mayor tesoro de la naturaleza...en estas estaba y por qué no comparando los conjuntos de sofás, de cuero, a rayas, cómodos, sofisticados, de uno, dos o más cuerpos con el mío, tapizado por segunda vez en rustico naranja y que aguantaba todavía como un jabato el trote de los cinco, cuando la buena señora se perdió por un pasillo eterno que desembocaba en los peldaños marmóreos de una escalinata, rematada por una barandilla de orfebre sutil y un pasamanos de madera caoba pulida y barnizada artesanalmente...subió los escalones con agilidad y presta a quitarse la ropa...¿en cuál de aquellas increíbles habitaciones?...
   Recordé minuciosamente cada centímetro de las alcobas de mis hijas, como habíamos intentado que dentro de los márgenes posibles de presupuesto y espacio, eligieran...como las permitimos su propio universo de sabanas y colchas y que fueran ellas quienes decidieran los limites de adornos, trastos o pósteres...así la mayor reinventó la pulcritud y la armonía, la mediana estalló en estampados rebeldes y la pequeña se dejó llevar por el empalagoso pasteleo del rosa...y allí estaban en su ausencia, representados su personalidad y carácter en una especie de apartamento individual, con cuarto de baño privado y vestidor a medida, sin embargo los modernos estores, el pulcro escritorio, y hasta las simétricas estanterías delataban lo artificial de las estancias, como regalos sin contenido, sin alma, sin uso...
   De repente la melancolía se me atragantó mojada en saliva, su sabor era amargo y triste, y eché de menos la inocencia de sus peluches, las fotografías siendo bebés enganchadas a los pomos, y el olor perenne a caramelos, cariño y risas...
   Sentí como una lágrima furtiva se escapaba emocionada de mi corazón y quise abandonar el absurdo proyecto de descubrirme a mi misma a través de un plagio de categoría superior y clase alta, quería irme, regresar al origen de la aventura...ya no me importaba comprobar si su nido de amor, tan caro y millonario, contenía la esencia mágica y enamorada, que respiraba el colchón del mío, tan barato y pobre...ni quise averiguar si en su mesilla como en la mía descansando entre el anhelo y la pasión, el retrato favorecido del hombre al que amábamos también era el mismo...
   Dejé a mi melliza y su estela desvistiéndose para darme la vuelta por donde había venido,  embriagada por los sentimientos, y los efectos retardados y devastadores de los posos del derroche, la fascinación, y un cierto espanto que iba consumiendo lentamente mi energía, pero me equivoqué de atajo y me di de bruces con una biblioteca completa, además de mesas de estudios y sillones orejeros, un despacho inglés con cuadros de talones firmados con seis cifras, y una colosal cocina de diseño, planificada desde la cuarta dimensión en rojo, bermellón y carmesí, e impregnada, y eso no podía ser por que era mi secreto, del inconfundible aroma del café con zanahorias...era una desfachatez estrujarse el cerebro en mis condiciones con un concienzudo análisis o una falsa conclusión, no lo pensé más, había que huir del misterio...y amén de con las prisas no poder fijarme en los solarium, la piscina, el jacuzzi y otros excesos de la opulencia que contrastaban con los modestos fastos de mis caprichos como la azotea para tomar el sol, una bañera redonda con ducha de dos velocidades a presión e impresión, y las sales marinas haciendo burbujas, estas determinaron con pompas de imaginación y quimera llenar mi cabeza de nostalgia cuando ya casi rozando el picaporte de mi meta, escuché sus voces acercándose...
  Los nervios hicieron torpe mi equilibrio cuando el temblor de mis piernas no supo donde esconderse, el golpe acabó con los recuerdos borrosos en la parte más oscura de la memoria y cortó de cuajo los flecos de la conciencia...

―mamá, mamá...¿estás bien?¿qué te ha pasado?...¿te has caído?...¿cuanto llevas así?...¿me escuchas?...soy yo...¿no me reconoces?...tu hija mayor...si, ¿ya?...vaya susto...


   Bajé del coche precipitadamente y convencida de que lo que había visto había sido un espejismo, pero ahí estaba ella, con mi cara y peinada con mi cabello, un calco impecable con mis muecas y mis gestos, mirándome extrañada con aquella pinta tan vulgar, vistiendo un chándal común, desgastado y viejo, y zapatillas corrientes de andar por casa, desde luego sin ningún gusto... cargaba con unas enormes bolsas negras, intuí que de  basura y al reconocerse en mi se quedó parada como yo no supe lo que hacer al reconocerme en ella... pero entonces lo decidí...me acerqué despacio y trémula le pregunté su nombre...me contestó con el mío,  y supongo que suspiré por la casualidad de las circunstancias, lamentando inconscientemente que hubiera tenido que ser así y precisamente en ese momento, justo cuando se desmayaba, nuestro inevitable encuentro, que fatalidad del destino, que sucediera en este juego de espejos entre pasado y futuro, con lo bien que estaríamos las dos intercambiando información sobre nuestras vidas y pareceres y tomando lo que seguro más nos gustaría, nuestro café con zanahorias...

1 comentario:

  1. Pues sí, me ha gustado... esa posibilidad de encontrarse con el otro yo, nuestro alter ego, otra versión de nosotros mismos en otras circunstancias, dos mundos contrapuestos y un café... con zanahorias por ejemplo.

    ResponderEliminar