sábado, 27 de septiembre de 2014

   ANA





 
   ...Entonces mi padre me dio una bofetada. Apenas si hubo tiempo para cruzar excusas, para escupir reproches, luego el silencio dudoso y espeso, y su cabeza gacha como gesto de un arrepentimiento que ya no servía de nada, por que el dibujo de su mano en mi piel tampoco dolía, ni por fuera, ni por dentro, y el calor que devoraba mis tripas era otro, ese que después he saboreado tantas veces, el de la decepción ingenua, el darse de bruces con lo esquivo de la realidad, y sentir como de repente la rebeldía tiene sentido, uno bordado de enormes y blancas alas...y aunque no quisiera, aunque me resistiese, aquella noche de sábado, de golpe me hice mayor.
   Lo recuerdo ahora, delante de un espejo que me ha devuelto el guiño de mis trece años, en una mueca pueril que se esconde traviesa en mi sonrisa, y no sé que me oculta la razón, pero hasta llegar a ese momento en el que cinco minutos de retraso bastaron para desafiar mi confianza, todo parecía haber discurrido como siempre...bueno casi...por eso se me iluminan los ojos con perlas grises, me late el corazón más deprisa y me busco en una imagen de mujer adulta que aún guarda las ganas y el reposo de esa época...
   Se me ha ocurrido al asomarme a la ventana, contemplar el atardecer
se ha convertido ya en un culto con cita en el calendario, y ha sido al verle tan quieto, disimulando junto a su perra el despiste y el soslayo de una mirada tímida, que obligada por el azar de lo imprevisible, tan tierno y tan infantil, he tenido que volver a esa tarde de adolescencia entre la añoranza de la memoria, y un nostálgico viaje por un pasado más empeñado en grabar su impronta reciente, que en llenar de melancolía un alma necesitado del aliento fresco de esos días...
   Observo otra vez mi reflejo de cristal, y me descubro con la melena larga, algo más clara que ahora, también más descuidada, recogida en una eterna coleta que seguro mi infancia feliz custodia en algún cajón, trenzada y envuelta en papel de periódico, y mi mente toma impulso del olvido, y volando perdida, se deja llevar... Último curso en el colegio antes de empezar bachillerato, el primer cigarrillo compartido con tos incluida, las amigas de las que tanto aprender, a las que tanto enseñar, cervezas y refrescos furtivos, bancos de madera devorando charlas, carcajadas y bolsas de pipas, ilusiones y sueños de maquillaje secreto en una estación de autobuses, y los fines de semana, la discoteca, engalanada de falsas y mágicas promesas de paraíso...
   Y las emociones en perenne brinco, y los sentimientos como brotes de flores recién nacidas, que se reparten y recorren, inocentes y salvajes, esquinas y rincones de mi cuerpo menudo, instalado ya en sus formas redondas, pero aún por crecer...
   Y entre luces de neón y música a trozos, unos para bailar a solas y otros para bailar agarrados, el abrazo como el beso seguían siendo un misterio íntimo, se gestó a fuego lento la idea en la pandilla. La propuesta de los chicos de una escapada a la ciudad, esa que tanto me fascinaba y de la que al final he salido huyendo, con tren, palomitas y película de estreno en cine sin barrio, cuajó de lunes a viernes con la consistencia de planear milimétricamente una fuga, aderezada con causa y efecto, libres consecuencias, los gramos precisos de miedo, una pizca de casualidad y los retazos oportunos de osadía, incertidumbre y aventura...
   Pero ignorantes de las circunstancias, nadie contó con ellas, la precisión del reloj impuso su ley...
   Ahora me río del atrevimiento de estas cosas, tan graves y serias en esos instantes lejanos por rigurosos y herméticos...y el retraso como el peor castigo de no haber medido convenientemente las horas con su saco cargado de segundos, minutos y el torpe convencimiento de que no pasaría de otra inútil e insulsa bronca más...pero no, me equivoqué, el santo y seña de mi vida, la boca en frunce triste de mi madre con sello acusica y sus brazos largos, caídos, condescendientes, como símbolo agorero de haber cometido no uno, si no el error, una caía al precipicio, un muro insalvable, un capricho caro del que rendir facturas al destino...si ella siquiera hubiese sospechado lo que el futuro me reservaba, en frustración, desaciertos y mentiras, estoy segura que aquella noche, como lista adivina en vez de ignorante de la intuición de su significado, no hubiese girado la cabeza al chasquido seco de huesos fuertes contra mi cara, quizás o esto solo lo imagino, no se hubiera mordido la lengua y cada uno en su sitio con la conciencia tranquila, las puertas abiertas a las palabras, cerradas a cal y canto a tantas tonterías...algo cambió dentro de mi, semillas de inseguridad y desencanto que acaso me protegen con su sombra regada de resentimiento, su esencia persiguiendo mi estima...¿o no?, ¿y si solo son borrosas y confusas divagaciones?...¿de verdad me puedo acordar fácil de un cachete y darle tanta importancia difícil?...

   Ladridos cariñosos difuminan el amarillo de las paredes desnudas, y rompen la escena del pasado en transparente infinito, justo cuando bajaba del vagón con la experiencia mojando los labios, el remordimiento sudoroso llovía charcos limpios, y los nervios todavía disfrazados de pubertad, inventaron un fantasma sordomudo con el pecho desbocado y un nudo cortándolo el gaznate, que levitaba sobra la plaza del pueblo, las campanas de la iglesia repicando las nueve en punto y a escasos cien metros el recibidor expectante y ansioso de su morada...




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