sábado, 23 de marzo de 2013

Terceto en clave de madre


 Supuesto: Tres, cinco, siete horas marcadas, fechadas y mencionadas.
                 En ese tiempo:
                - Tomar una decisión o no (duda)
                - Hacer algo o no (indecisión)
                - Espacio del reproche
                - Anunciar algo al personaje, no se lo cree y poco a poco se va
                cumpliendo
       







   …Otro domingo a esta misma hora, hubiese deseado que se parara el tiempo, hoy, a las tres y un minuto parece que los relojes no andan… engreídos y ensimismados en su propia precisión y en la eternidad del instante, se emborrachan de calma a la espera del cortejo nupcial entre aguja y segundero, mientras mis ojos, cansados de mirar el cristal, se pierden en el ansia de los pensamientos rápidos, los recuerdos que dañan, y la necesidad de coger aire para llenar los pulmones y poder respirar…
   Entorno los parpados a las tres y siete de hace veinticinco años…cuando mi hija recién nacida lloraba con la fuerza derrochadora de querer vivir, y yo me desangraba en lágrimas con su nombre, bastó la emoción del momento para sedar el dolor, pero de alguna forma, adherido a mi ser, persiste, por que la memoria consciente o inconsciente, superficial o profunda, todo lo guarda…
   A las tres y doce no aguanto más, ni el horizonte opaco de una pared blanca, ni esta silla de tortura que condena los ánimos, me levanto y huyo de esta sala de desespere con el estomago mordido por los nervios y la rabia colgando…el pasillo es interminable como el espacio hueco que recorre un minuto en su circulo de perfección…las tres y trece…ahora, unos pisos más arriba, curvado su cuerpo en un interrogante abierto, como el final de la historia…como la duda…es ella y su compromiso quienes tienen la palabra, y sé, que desde su sueño provocado, aún malherida la esperanza en su cerebro durmiente, luchará hasta el infinito por el latido de los dos…

   Pero me carcome la conciencia este sentirme mártir que me hace egoísta e injusta, y regreso con los demás a las tres y veinticuatro…el hecho de haberla parido no me da ningún privilegio aparte de sentirla…y decido sonreír a la suerte que me acerca a su padre, compungido y triste, reducido a un guiñapo en un rincón, la expresión de su cara despertando otra vez la sirena que anuncia al vértigo indeciso, al picor de la incertidumbre…
  … ¿Qué hacer? ¿Adonde acudir?...en la esquina contraria como en un combate de golpes sordos, el otro púgil de la contienda, mi yerno, está igual de derrotado, sus gestos tan asustados y contraídos a las tres y treinta y siete como su voz al llamarnos por teléfono al mediodía, con la urgencia y el pánico contagiando el bocado en la boca…
   Nunca me cayó demasiado bien su aspecto desenfadado, no comprendía que mi hija  hubiese perdido la cabeza por un niño grande con ciertos aires prepotentes y sabidillos, y que me ponían los pelos de punta al intentar encajar en una relación seria, de esas que ya no abundan, pero que exigen sacrificios y responsabilidades…enamorado hasta las zancas fue al irse a vivir juntos que me sorprendió con su entrega y dedicación…y al mirarle a las tres y cincuenta, tan indefenso, tan desvalido, tengo que reconocer su esfuerzo por convencerme y que en estas difíciles circunstancias sí que ha estado a la altura requerida y merece mi respeto y cariño…pero apenas puedo demostrárselo con una leve carantoña, sucumbir al sentimentalismo sería un error fatal, nos arrastraría a los tres al espanto de la lástima donde nos convertiríamos en victimas ejemplares de llanto y pena, en vez de lo que hay que hacer, remontar contracorriente la preocupación y el miedo como reclamo y deuda del cronometro al marcar el doce como punto exacto…y vuelvo a mi particular silencio con el corazón empeñado en encogerse y el alma remando entre oraciones inútiles, hasta que mi vista sale al encuentro de una enfermera y un médico…son las cuatro y ocho…con el pulso estallando en mis venas, asisto a la lucha muda de los egos masculinos, con el músculo y el coraje crucificados al triunfo en una mueca sumisa y que como premio de consolación escuchan sólo una frase, la misma que yo…una cesárea complicada, el bebé muy prematuro pero fuera de peligro, la madre, es pronto, habrá que esperar…el mundo se rompe a mis pies como el sentido de las horas…esperar…esperar…¿y después?...
   Esperé que cumpliera un mes, que el color de su iris se definiese, el primer papá y el primer diente, andar a gatas y sujetarse sola hasta dar un paso…la guardería, el colegio, los compañeros, reconocerse patito feo en el espejo de los demás, crecer con sus hormonas y los amigos, el instituto, el primer novio, la primera decepción…
   A las cuatro y media he rellenado en mi mente el álbum completo de su infancia…aíslo a los otros de mi ayer y con el disco duro del pasado a medias reinicio el sistema de rememorar en sesión continua desde su adolescencia hasta la universidad, el primer trabajo y…
   Son las cinco menos veinte, por los altavoces nos avisan que podemos subir a la planta de neonatos…una mezcla de excitación, entusiasmo y alegría invade el pesimismo que se había instalado sin autorización previa desde la piel a los huesos y aunque no combina demasiado con la resignación y el remordimiento por la ausencia de mi hija…abandonamos
fugazmente el santo suplicio de la paciencia y la confianza sin creer, sin tener fe…
   Tengo delante a mi nieta y faltan cinco para las cinco…como en un escaparate de lujo, las incubadoras ofrecen el tesoro de su contenido envuelto como el mejor regalo, a familias que como la nuestra repiten incansables el ritual de sonrisas de oreja a oreja y sollozos sensibles…pero no me atrevo a batirme en duelo con el destino, mientras contemplo, la baba tatuada en el labio, kilo y medio de ternura exigiendo valiente y dulce su futuro…
   El rato se me va sin darme cuenta…ha sido breve el encuentro, como la ilusión que adorna mi cara al cruzarme con el reflejo de mi imagen, y me paro para observar detenidamente como se distorsiona desgastada, como se desdibuja con el sufrimiento y hasta la esencia de simplemente existir traspasa la frontera de la madurez para identificarse en las manchas y arrugas de lo físico…
   Cada uno por su lado, nos reunimos a las cinco y once en el centro del presente, rodeados de una atmosfera fría e impersonal los cuadros se tuercen en su despiste y los sillones juegan a ocultar los rostros en su anonimato…algún que otro detalle confunde el ambiente cargándolo de angustia…una conversación en susurros, el ruido de unos tacones, una ventana al cerrarse, devuelve algo de normalidad a este universo callado de preguntas sin respuesta, lamentos cómplices y cafés de máquina…
  En este dejarse ir diferente, tartamudean los apellidos como metralletas…desconecto el entendimiento para evitar, a las cinco y veintitrés, que el pulso tiemble desquiciando mi razón…y como un castigo sin culpa, enumero, haciendo un irremediable ejercicio de supervivencia, anécdotas y sucesos con una única protagonista…las recurridas vacaciones en la playa, el consecuente viaje de fin de curso, una fiesta de pijamas muy especial, aquella borrachera con coma etílico incluido, la transformación en cisne, el tabaco y su pasión por las compras, un Erasmus en…
  Se interrumpe mi verborrea en el cerebro con el sonido y la armonía del anuncio más hermoso…de repente y de refilón, son las cinco y treinta y seis…caminamos en trío, descoordinados y cada uno en lo suyo…buscamos la habitación 612…dirigida por el afán de una cita con lo más importante, se paralizan mis miembros al abrir la puerta…las seis menos cuarto…y ahí está, esposa e hija, una mujer enredada a tubos, sabanas, cables y objeto de vigilancia de un aparato con cámara que graba y mide suspiro a suspiro, las ganas de su aliento…
   Indiscreta y sin protocolos, acaricio su mano, empapo sus mejillas con las mías,  le hablo al oído de sentimientos y sensaciones…confirman a mi insistencia el éxito de la operación, aunque retumba un ser precavidos que se tambalea como idea vacilona que perpleja se da a la fuga…por que vence el deseo de abrazar a mi marido, a mi yerno…que sonríen raros, distintos, y en una tibia felicidad, se adelanta el mañana a otras cuestiones como la recuperación, el reposo, el peso de la niña y se me escapa la carcajada tensa, cuando por fin a las seis y uno desde sus pupilas entornadas murmura madre, y llora con la fuerza derrochadora de querer vivir…

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