domingo, 16 de septiembre de 2012

Junco


   ...Ni siquiera existía una leyenda, tan sólo un nombre, Junco, y una historia sin final ni principio, porque apenas nadie en el pueblo sabía del misterio, y quien sabía nada decía. Unos pocos por miedo, como mis padres, huyeron, los demás, tras el silencio y el paso del tiempo, se convirtieron en muertos...
   Aún dibujo bien en el corazón aquel pueblo que dejé siendo todavía una chiquilla, perdido el camino entre laderas imposibles, de repente, surgía sin darte cuenta, como un fantasma, el caserón vacío de las afueras, después a unos metros las pretenciosas fincas de los caciques de verano, y a la derecha detrás de la arboleda negra e intensa, que bordeábamos por esta ribera del río, las casuchas grises y la iglesia sin color, desperdigándose angustiadas por la falda, de lo que a mi me parecía una inmensa montaña...

   ...Era en tardes como esta, de lluvia fría y cansada, cuando Junco, como siempre taciturno y desgarbado, aparecía...y era en las noches más blancas de invierno, protegidos todos por el manto raso de un cielo sin estrellas, ni luna, cuando las familias nos reuníamos en la capilla, alrededor de una destartalada estufa de carbón, y hombres y mujeres aportaban los nuevos datos arrancados de otros dichos desde la reunión anterior. Recuerdo intacta cada palabra, es más, a pesar de los lustros y la distancia que desfiguran y engañan, guardo perennes en la memoria los gestos y expresiones que unos y otros añadían al relato...
   Decían asombrados, que Junco no tenía edad, que aunque de aspecto aniñado, como sin querer crecer, debía de tener más de cien años...decían aterrados, que era educado y cortés en el saludo, pero que no vivía de verdad, que era un ánima en pena atormentado, que vagaba de lugar en lugar buscando la paz...Decían extrañados, que vestido de ropa aparentemente impecable y limpia, era la misma desde que empezó a venir por aquí, allá en el inicio del siglo pasado...Y mientras la helada avanzaba la charla, los más viejos meditaban callados esperaban el último turno, casi al amanecer, para participar...
   Contaban con la mirada bañada en la ensoñación, que los abuelos de sus abuelos ya le llamaban Junco, porque cuando andaba o estaba parado, daba igual, siempre encorvado, parecía que el viento le quería doblar...
   Contaban dudando, que quizás era de otro mundo, un mundo oscuro y secreto, oculto en el bosque, donde algunos valientes que a veces le habían seguido, le veían desaparecer, nunca mojado, sumergiéndose tranquilo, en las aguas claras...Contaban con la sonrisa empañada en lágrimas, que siempre solitario hacía magia con los ojos y sus manos y qué quien se acercaba a él demasiado, quedaba atrapado eternamente en la humedad de un hechizo conjurado en las entrañas maléficas de la imaginación y la fantasía...
   Y fue otra tarde como esta, haca ya más de cien años, cuando Junco pasó a mi lado y me miró fijamente y me rozó con sus manos...

1 comentario:

  1. Leo por fin uno de tus relatos, Lourdes, y debo decir que me ha gustado mucho esa comunión de fantasía y realidad, los recuerdos personales dan credibilidad a los hechos fantásticos que bordan el final. Mi modesta enhorabuena. Carmen

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